«LA LIBRAIRIE DES COLONNES, 2ª PARTE: LA CALLE GOYA», UN RELATO DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

En septiembre pasado, colgaba en este blog un relato del escritor larachense León Cohen titulado La librairie des Colonnes, y ahora me envía la segunda parte.

Con este nuevo texto, regresamos, una vez más, a aquel Tánger increíble pero también tan decadente. En esa primera parte, lo hizo a través del encuentro imposible con Mohamed Chukri y con Ángel Vázquez, una forma original para desnudar las diferentes visiones que sobre la misma ciudad tuvieron esos dos autores y también la del propio León, que usando el personaje de Sol Bensusan, construye un retrato de Tánger más entrañable y hermoso que los de Chukri y Vázquez.

León Cohen a las puertas de la Librairie des Colonnes

León Cohen a las puertas de la Librairie des Colonnes

Y ahora, esta segunda parte de su relato le sirve para el mismo ejercicio pero cambiando a Chukri por Juanita Narboni y convirtiendo a Sol Bensusan en su reverso. Pero lo más atractivo de esta continuación del relato son los encuentros que el narrador va teniendo en su largo paseo por Tánger, encuentros entrañables de su pasado, con personajes, amigos y conocidos que nunca volverán.

Como dice en algún momento León Cohen en este cuento, resumiendo acertadamente cuál es su verdadera identidad: “No me siento de ningún lugar, soy una apátrida sin patria definida, ya que ninguna colma mis aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino.”

Sergio Barce, septiembre 2015

La Librairie des Colonnes

2ª parte: La Calle Goya

¿Adónde se dirigió C. cuando dobló la esquina del Boulevard con la calle Goya? Nunca lo sabremos. Porque si bien todo lo que le ocurrió a nuestro personaje antes de entrar en la librería fue tan real como anodino, pues es verdad que se hospedó en el hotel Rembrandt y que desayunó en una cafetería próxima a aquél, siempre desconoceremos si lo que pasó dentro de la librería fue real o inventado y si transcurrió delante o detrás de ese fino e invisible velo que separa a la realidad de la ficción.

Antes de abandonar la librería, el empleado se despidió de él agradeciéndole la visita y entregándole un ejemplar del libro La Memoria Blanqueada, cuyo autor, León Cohen, era un escritor desconocido de origen larachense, que vivió en Rabat, Zoco-el-Arba y Tánger, y que siempre se consideró tangerino de vocación.

cine goya tánger

Para C., la calle Goya era una de las calles de su memoria sentimental y aquel paseo que había emprendido, era un paseo por el tiempo y la nostalgia, un paseo por las calles de su vida. Cuando uno rememora y recrea su pasado en un deseo vano de revivirlo, lo que subyace en ese intento es contar y captar la vida, la propia y la de los otros, la de aquellos seres que compartieron con uno, sonrisas, palabras, sonidos, olores, paisajes, lugares y miradas; la de aquellos seres que fueron testigos de un mismo tiempo y de unos mismos momentos.

Pero si bien es cierto que jamás podremos seguir a C. por la calle Goya, sí que podemos imaginarlo. C. tenía varias opciones y eligió seguir el camino que llevaba. Se adentró en la calle Goya, a la que curiosamente encontró muy poco cambiada. Hasta llegar al cruce con la calle Méjico, todo seguía igual. Decidió pararse en la puerta de la Pastelería Porte, donde casualmente, Monsieur Porte y su hijo, fumaban un pitillo en un descanso del quehacer diario. Los saludó y al hacerlo, recobró la imagen del hijo, aquel joven delgaducho, de pelo castaño, casi rubio, y de sonrisa socarrona. C. no estaba ya para sorpresas después de lo vivido en la librería. Monsieur Porte se dirigió a él con estas palabras:

-Nos alegra verte de nuevo por aquí en tanto que nosotros permanecemos como testigos de un mundo que ya no existe, pero cuya luz todavía alumbra el presente. Ningún tangerino de entonces podría pasar de largo por nuestro establecimiento sin que los recuerdos le asaltaran, ya que fuimos parte integrante e importante de aquel Tánger irrepetible. Hemos visto desfilar por aquí a lo mejor y a lo peor de la sociedad tangerina y del mundo: políticos, escritores, actores, millonarios, contrabandistas, prostitutas y grandes señoras. Este salón de té a todos seducía por la atención dispensada y por la calidad de nuestros productos. Por cierto, señor C., en una de nuestras mesas, están sentadas dos damas que usted conoce muy bien: Sol Bensusan y Juanita Narboni.

madame porte

C. no pudo resistirse y entró en el salón. Se acercó a la mesa donde las dos mujeres tomaban un té a la menta. Al llegar él, las dos damas mostraron primero sorpresa y luego un cierto júbilo alumbró sus rostros al verlo aparecer tan inesperadamente. Lo invitaron a sentarse. Nuestro personaje les contó que había estado en la librería y que había vivido instantes de una intensidad inolvidable, sobre todo en la trastienda. Ellas no parecieron sorprenderse por el relato de C.

-Amigo escritor, la inmortalidad o más precisamente la perennidad de un mundo desaparecido, existe por vosotros los escritores, los contadores de la memoria. Ese mundo camina con vosotros siempre y emerge cuando vuestro pensamiento vuelve a él y lo recrea, ya sea en relatos, cuentos o novelas. Esa necesidad que sentís por traer el pasado al presente, es la que hace que nunca aquel se olvide y que siga viviendo en ustedes y en vuestros lectores, dijo Juanita. C. apostilló:

-Hay mucho de verdad en lo que dices, pero ¿Por qué esa necesidad de volver a recrear lo que ya tuvo lugar?

-Porque la imaginación es libre, amigo, y además todo cuanto hemos vivido, sufrido o disfrutado, reaparece cualquier día, a la vuelta de cualquier esquina, y nos indica el camino a seguir. Algunos como tú, tenéis la “baraka” como decía mi recordado Mohamed Sibari, que os permite retratar con hermosas palabras, lo que los demás vivimos, dijo Sol. Y añadió:

-Yo por ejemplo, nací de tu pluma una noche de insomnio, cuando seguramente Tánger y mi amiga Juanita te visitaron para mostrarte la manera de hacerlo. Entonces, con tu pluma me puse a escribirle una carta a Juanita, llena de sentimiento, de nostalgia y sobre todo de amor hacia aquel Tánger único y a aquellos años, donde todos los jóvenes tangerinos compartimos la alegría de vivir y el esplendor de la juventud. Por eso hoy, Juanita y yo, nos entendemos y nos comprendemos, porque venimos de un mismo mundo y porque el edificio de nuestro pasado está construido con los mismos materiales. Tu pluma es la que ha conseguido que estemos sentadas en esta mesa y en este magnífico salón de té, hablando contigo de nuestras vidas entrecruzadas y de nuestra memoria común.

la vida perra

-A ti Sol Bensusan y a ti Juanita Narboni, a ambas os pregunto: ¿De dónde somos nosotros, acaso fuimos predestinados a nacer en tierra de nadie y a no tener ninguna identidad definida? Ni marroquíes, ni españoles, ni franceses, ni italianos, ni tampoco ingleses, aunque nos sintamos un poquito de todo y de todos. Poliglotas, como poco bi o trilingües, y sobre todo mestizos culturales, hoy estamos esparcidos por el mundo, por todas las patrias y por todas las religiones, pero a ninguna pertenecemos, porque no podemos evitar ser fundamentalmente tangerinos, y eso quería decir todo y de todo un poco. Yerra quien cree que por haber abandonado su casa, puede olvidarla y borrar sus orígenes, sus vivencias y su manera de ser. ¿Seríais capaces de dar una respuesta definida ante una pregunta tan directa como sencilla para cualquiera, como: Tú qué eres, judío, cristiano, musulmán, agnóstico, español, francés, marroquí…? Cualquier respuesta sería reduccionista, porque apenas abarcaría  alguna de las caras de nuestro prisma multicultural. Yo llevo toda mi vida tratando de contestar a esa pregunta y casi todos mis libros tienen una parte de mi respuesta todavía inacabada, dijo C. y añadió: No me siento de ningún lugar, soy una apátrida sin patria definida, ya que ninguna colma mis aspiraciones como hijo de todas que fui, cuando fui tangerino.

Sin esperar respuesta, C. se levantó de la mesa, abrazó a las dos mujeres y se despidió emocionado, sabiendo que su esfuerzo y su interés por recuperar el tiempo perdido, no había sido vano. Al salir, cambió de acera, pues desviándose unos pocos metros por la siguiente calle que atravesaba la Calle Goya, no sabía muy bien si trabajaba o regentaba el negocio de reparto de butano, el hermano de su amigo Abraham Bengio. Lo saludó con un gesto de la mano como solía en el pasado y este le devolvió el saludo. Volvió a la calle que traía desde un principio y unos metros más abajo, se detuvo para hablar un rato con Rachid el dueño de la disco 07 (eran los primeros años del superagente James Bond). Rachid era en aquel tiempo un joven alto, espigado y con el pelo dorado, muy apuesto:

-¡Joder Rachid! ¡Cuánto tiempo ha pasado y qué buenos ratos pasamos ahí abajo!

cine-roxy

Rachid sonrió y le dio un abrazo cariñoso. C. siguió su camino y unos metros más abajo, se detuvo en la puerta del Cine Goya, propiedad de la familia de su compañero de liceo Simón Cohen. Un gran tipo al que tuvo la oportunidad de impartir clases de Física junto a su otro amigo David Mamán durante una temporada. Recordaba que el pago por las clases a ambos eran 5 dirhams y la merienda, una merienda suculenta, que les servía la madre de David. Contiguo al cine, a su derecha, se hallaba el Sport Hall, un local de juegos diversos que regentaba un judío polaco apellidado Hirt. Era centro de reunión de jóvenes y menos jóvenes para jugar al billar, al futbolín o al ping-pong. Allí tuvo la oportunidad de practicar uno de sus deportes favoritos, el tenis de mesa, en memorables partidos contra el norteamericano David Woolman o el tangerino Mustafá. Prefirió no entrar, porque la emoción del reencuentro podría embargarle y desestabilizarle en la ruta que se había trazado. De una de las cajas de música del local se podía oír a Tom Jones cantando Delilah. Bajó unos metros por la pequeña cuesta que daba al cruce de caminos o “rond point” donde terminaba la calle. Optó por situarse en el centro del cruce, donde tenía a su frente el salón Roxy y un poco más abajo el Cine Roxy; a su izquierda el Lycée Regnault, a su derecha el edificio donde vivió que hacía esquina entre la calle Goya y la calle Juana de Arco. ¡Cuántos recuerdos, cuántas imágenes!

León Cohen frente al Cine Roxy

LEÓN COHEN frente al Roxy

En la puerta principal del “Lycée” departían amigablemente dos ilustres profesores como lo fueron Monsieur Rousseau y Monsieur Fabre, este último quizás el mejor profesor de siempre para C., por esa manera tan aparentemente sencilla como bien elaborada de explicar las matemáticas, tanto el Álgebra como la Geometría Analítica. Sus demostraciones le dejaban boquiabierto, y todavía hoy, pasados cincuenta años, era capaz de recordar con precisión algunas de estas. Solo alguien que había dedicado mucho tiempo y trabajo a la metodología didáctica, podía convertir una clase de matemáticas en una pequeña obra de arte. Un enunciado como: “Le trinôme du second degré a le signe de son premier coéfficient sauf por les valeurs de x comprises entre les racines” que podía parecer un axioma en el que convenía creer, lo transformaba Monsieur Fabre en la derivada lógica de un sencillo razonamiento inductivo que conducía al origen del trinomio de segundo grado y que C. era todavía capaz de repetir en los mismos términos y siguiendo los mismos pasos que su maestro.

Lycée Regnault

Lycée Regnault

En la pequeña terraza del salón Roxy, en una de las mesas departían amigablemente su compañero de entonces Guessous y Tahar Ben Jelloun, tomando un té y fumando un pitillo, dos acompañantes esenciales para una charla sosegada. Dentro se encontraban alrededor de una mesita tratando de solucionar un problema de Física, Tajjedine Raisuni, Armando Israel y Pepe Cerralbo, en apasionada discusión, mientras Cohen formulaba su solución al problema.

C. salió del salón y tomó la calle del Cine Roxy, al pasar por la puerta de este, recordó una anécdota que siempre conservó en su memoria: Era noviembre y llovía tenuemente, C. caminaba junto a Chantal que había empezado a ser algo más que su amiga, hablando de cosas propias de su edad. Llegados a la altura del cine Roxy, Chantal cruzó la carretera que separaba ambas aceras y se abalanzó sobre un joven que venía en dirección opuesta, fundiéndose en un abrazo más que cariñoso. C. con la palabra todavía en la boca, siguió su camino entre sorprendido y desolado. Pensó que aquella mujer se había comportado como una estúpida y nunca más le dirigió la palabra a lo largo del curso.

C. se detuvo ante la puerta del cine y alargó la vista hacia el final de aquella calle que no le apetecía recorrer. Unos metros más abajo, en la misma acera en la que se encontraba, regentaba su academia de dactilografía Mme Bouadana, academia a la que C. tuvo la oportunidad de asistir durante algunos meses, cuando todavía era muy útil aprender a escribir a máquina. Al final de la calle vivía con su familia, su compañero y amigo Gerard Zaoui, hijo de un ilustre abogado condecorado con la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa por su participación en la Resistencia. A este hombre, que en lugar de hablar parecía declamar, como los grandes actores de la escena francesa, le oyó un día C. pronunciar estas palabras sin detenerse y sin necesidad de reflexión previa, tal era su capacidad de improvisación y su dominio de la oratoria: “Un primer fracaso es siempre necesario, un segundo fracaso es a veces útil, un tercer fracaso no es jamás inútil.”

C. volvió sobre sus pasos muy lentamente, cual un funambulista que está llegando al final de su trayecto sobre el alambre. Sintió que esta vez caminaba en sentido inverso, desde el pasado al presente, al final de un viaje de doble sentido, donde pasado y presente se turnaban, llegando incluso a confundirse. Se sentó en una de las mesas del salón Roxy a contemplar con parsimonia y detenimiento su entorno. Pudo comprobar por fin, que aunque casi nada había cambiado, ya nada era ni sería igual, pues: ¿No es la vida ese proceso continuo, dinámico y renovador, donde unas personas son sustituidas por otras, donde una época sucede a otra y una civilización reemplaza a la anterior; y así hasta el final de los tiempos? Se levantó y se dirigió a la acera de enfrente donde le esperaba fumando un cigarrillo, mientras mantenía la mano derecha en el bolsillo, en una pose muy suya, su entrañable amigo Leonardo. Se saludaron y en silencio, ambos emprendieron el camino de la calle Juana de Arco, que para ellos también había sido en muchas ocasiones el camino de la amistad inquebrantable. Caminaron una vez más sobre sus pasos perdidos en el cemento, hasta que sus siluetas se fueron disipando a medida que se alejaban, y acabaron desapareciendo en el espacio y en el tiempo, con vocación de eternidad.    

                                                            León Cohen

                                                            Octubre de 2015

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2 pensamientos en “«LA LIBRAIRIE DES COLONNES, 2ª PARTE: LA CALLE GOYA», UN RELATO DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

  1. leon dice:

    Precisas, representativas e ilustrativas del relato, magníficas fotos. Mi abuela te diría: Gracias una vez más ferasmal Sergio por todo.

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