Mohamed Bouissef Rekab, al que conocí en Tánger hace bastantes años, es un escritor marroquí con un verbo barroco cuando habla, exagerado, por ascendencia andaluza, y de una simpatía desbordante. Cuando escribe, por el contrario, esa misma pasión la vuelca de una forma diferente, con un lenguaje crudo, descarnado y poco artificioso. Es capaz de embarcarse en historias realmente duras, que me hacen recordar a veces a Mohamed Chukri, como en la que, según mi opinión, es su mejor novela: “Aixa, el cielo de Pandora” (Quórum Editores – Cádiz, 2007).
“En una acera, alejada de todo el tumulto, iba Aicha despacio, mirando para todos lados, esperando que alguien la abordada para ir a “vivir” un momento de alegría; mas su deseo moría muy cerca de su cuerpo desmoronado. (…) Como de costumbre, iba descalza, los dedos liberados –hacía años- de la asfixia de los zapatos; las plantas de los pies hacían de suelas –por tenerlas duras como una roca, no sentía las chinitas que iba pisando. (…) La cara la llevaba muy embadurnada, pintarrajeada de colores rojizos, obtenidos con carmines desconocidos; espolvoreada, con talcos baratos, por ambos lados hasta las pequeñas orejas en las que llevaba unos pendientes de bisutería; las pestañas y las cejas con alcohol, negrísimas. El pelo, que antaño fuera castaño, ahora lo llevaba rojizo con alheña; henna que compraba en un bacalito del Zoco Chico para cubrirse las canas; en esas tienduchas, los viejos vendedores de hierbas, ya la conocían bien. Falsa pelirroja. La boca pequeñita y desdentada, como chupada hacia dentro. Un solo diente en toda la boca.
No quería saber lo que esa gente pretendía obtener con esos chillidos, ella esperaba que sus “clientes” le hicieran propuestas para dirigirse al Balcón del Atlántico y acercarse a su escondite; la falda de tablas se le levantaba con la brisa que soplaba y ella ni se preocupaba de impedir que se le vieran los muslos, flacos y ya arrugados…”
En “Aixa, el cielo de Pandora”, Bouissef nos cuenta la vida de una prostituta muy conocida en Larache, Aichaa Rahmuniyya, con la que muchos chicos se iniciaron en el sexo. Ambientada en su mayor parte entre la época del Protectorado y los primeros años tras la independencia de Marruecos, aunque nostálgica, la novela es dura, nada complaciente, y nos va desgranando la vida llena de sinsabores de esta mujer que, sin embargo, hasta su vejez siempre trató de conservar su orgullo y su dignidad.
La narración es sencilla, logra que las descripciones de los personajes y de sus peripecias sean siempre creíbles, entiendes sus reacciones porque te ha dado la información precisa para que éstas tengan sentido. También logra recuperar aquel ambiente en el que las tres religiones convivían en la ciudad de una manera natural con pequeñas pinceladas de la vida diaria. La mirada de los niños, en este caso, le sirve para “filmar” los hechos de una manera candorosa, desprovista de punto de vista, pero sin ocultar que Bouissef añora ese tiempo de tolerancia.
“Tomamos la Puerta de la Medina y al entrar al Zoco Chico doblamos a la izquierda, nos metimos por el barrio de el-Guebibat. Al llegar junto a un vendedor de sfench (buñuelos), mi amigo me invitó a merendar… (…) Teníamos enfrente el mausoleo de Sidi Mohamed Cherif. Cosa curiosa, lo veneraban judíos y musulmanes. En ese preciso momento pasaron dos judías y una musulmana cerca de donde estábamos y entraron en el pequeño recinto del mausoleo (conocíamos a las judías por su atuendo y su pañuelo negro –que también usaban como rebozo con una de sus manos-; llevaban indumentaria occidental y hablaban en español, era un español raro, pero español; a las musulmanas las reconocíamos por su inconfundible chilaba o porque llevaban haike; rara la musulmana que fuera vestida a la usanza europea).
-¿Qué le pedirán a Sidi Mohamed Cherif? –Dije señalando a las tres mujeres.
-Las judías no sé lo que podrán pedirle, pero las musulmanas seguramente le pedirán que les dé marido, trabajo, que el marido o el hijo salga de la cárcel, que nunca enfermen y cosas así… ¿Por qué no vendrán también las nesranías? Porque si Sidi Mohamed Cherif es bueno con musulmanes y judíos, también lo tendrá que ser con los cristianos. Vamos, digo yo…
En ese momento salían del mausoleo unas mujeres judías. Iban charlando entre ellas, con una mano tapándose la cara con el inconfundible pañuelo negro que les cubría la cabeza.
-Rabbi Galili no nos defraudará. Él nos ayudará para que nuestro mazzan sea bueno…
-Sí, hermana; Rabbi Galili no nos puede olvidar…
Sus voces apenas nos llegaban, pues el rebozo las apaciguaba.
-¿Quién será Rabbi Galili? Porque aquí está enterrado Sidi Mohamed Cherif…
-¡Oye, es verdad! No entiendo nada…
Nos lavamos las manos –que chorreaban aceite- y la boca con el grifo público que había cerca y decidimos bajar la pendiente…”
Mohamed Bouissef Rekab conoce bien Larache, y a muchos larachenses. Eso se palpa en el libro, se nota en sus descripciones, en la manera afectiva y cercana con la que construye a los personajes, como digo, muchos de ellos reales. También demuestra Bouissef, a través del narrador de la historia, su humanidad, especialmente en la forma como el protagonista va desvelando y descubriendo la otra vida de Aicha.
“Niños y niñas eran hijos de militares y policías españoles y musulmanes o de comerciantes españoles, musulmanes y judíos –los judíos no eran del barrio, pero se acercaban a jugar con los demás chiquillos-; también había algunas familias pobres que nadie sabía de dónde procedían, a este último colectivo pertenecían Aicha y su madre –los cristianos y los musulmanes vivían en barriadas diferentes, una frente a la otra-. Los niños se ponían a jugar en la calle que se había formado entre ambas barriadas, que los unía. Los judíos, en general, tenían sus casas por la calle Real, donde está la judería; por esa parte había viviendo además de los judíos, musulmanes y cristianos; y de ahí, muchos niños hebreos se iban hasta los otros barrios para jugar con sus compañeros de escuela, fueran cristianos o musulmanes.
(…) Aicha estaba prendada de Claudio… (…) Las niñas musulmanas le echaban en cara esa peculiaridad. No se podía querer a un nesrani, aunque jugara con niñas nesranías. Dios prohíbe que se toque un infiel; así que si te quieres enamorar, vete con un meslem; <déjaselo a Isabel, ella es nesranía como él> (…) ¿por qué ella no podía salir con Claudio? ¿Qué tenía que ver la religión con los sentimientos? ¿Por qué los chicos musulmanes podían besar y abrazar a las nesranías y a las libudías y ella, chica musulmana, no podía ser abrazada y besada por un nesrani o un libudi? No encontraba ninguna respuesta…”
Hay pequeños detalles de la vida cotidiana que enriquecen esta magnífica novela. La sinceridad de Mohamed Bouissef al abordar la religión, el sexo, las dificultades en las relaciones interculturales –especialmente las religiosas-, la política o la visión del otro desde diferentes prismas, es loable. Bouissef afronta la vida abiertamente, y no se amilana al exponer su punto de vista sobre cuestiones espinosas ante las que otros se autocensurarían.
“Cruzamos el río Lukus en barca de pago… (…) Nos fuimos por ahí a corretear y a mirar a las niñas españolas y judías, que eran las que se ponían bañador; no dejábamos de mirarles los muslos y los brazos a las chicas que se bañaban y a memorizar imaginaciones e imágenes para cuando estuviéramos solos; las musulmanas se quedaban con su ropa a contemplar, a sudar y a odiar profundamente a los hombres que se refrescaban, y a decirse entre ellas que si las nesranías y las libudías se bañaban y no pasaba nada malo, ¿a qué era debido que sus maridos, hermanos o padres les prohibieran hacerlo? Algunas se metían en el agua, desafiando esas prohibiciones, generalmente con una combinación transparente, y cuando salían estaban más apetitosas que las mujeres de los bañadores…”
Pero el acierto de Bouissef es que engarza los hechos reales que van aconteciendo en Marruecos durante la época en la que se desarrolla esta novela con las vidas cotidianas de los protagonistas, especialmente del narrador que es quien cuenta, a través de sus propios recuerdos y de lo que ha oído de otros, no sólo la trágica existencia de Aicha desde su niñez hasta su muerte sino también la de él mismo y de quienes les rodean. Es también, pues, un gran fresco humano con un trasfondo histórico siempre ambientado en Larache.
“En el Café Central nos dejaban sentarnos aunque no consumiéramos nada; el dueño, Pepe, era amigo de todos y dejaba que los jovencitos se sentaran; ¡siempre que no arméis jaleo y molestéis a los clientes! –solía decirnos-. Nos gustaba sentarnos ahí para oír a los mayores hablar de los acontecimientos que estaba viviendo el país. Los nombres de Abdeljalak Torres, de Al-lal Farsi, de Al-lal Benabdel-lah, de Mohamed V, junto a muchos otros, eran los que más se oían mencionar. Uno de los contertulios hablaba siempre de un larachense, de un tal Abdesamad Kenfaui, que había sido nombrado director del primer grupo teatral profesional del Marruecos independiente. Nosotros no conocíamos a ninguno de los mencionados, pero a fuerza de ser nombrados delante de nosotros, nos familiarizamos con ellos…
(…) También hablaban de un personaje que sí conocíamos de oídas desde hacía mucho tiempo; se trataba de Sliman Laraichi; otro gran hombre de Larache. Trabajó en la resistencia contra los franceses junto a Mohamed Zerktuni; nosotros no lo habíamos visto nunca, pero sí lo conocíamos porque todo el mundo hablaba de él como de un héroe que lo había dado todo por la independencia.
(…) Los contertulios del Café Central no se atrevían a mencionar los graves incidentes que estaba viviendo la ciudad, por temor a que entre la gente hubiera algún policía camuflado.
-No recuerdo que la policía española haya matado a gente en Larache… ¿No crees que hubiera sido mejor que los españoles siguieran con nosotros?
-No sé. Es algo que no me he planteado. Nuestros vecinos son españoles y nos sentimos bien con ellos. Pero creo que se van a ir casi todos a España. Dicen que no tienen nada que haber aquí.
-¡Ya verás como todo va a cambiar cuando no tengamos vecinos españoles! ¡Seguro que los echaremos de menos!”
Una novela amarga, sin duda, muy real, muy sincera, descarnada, pero en la que siempre se atisba un aire de calidez y de ternura; y es una novela que mantiene el pulso durante toda la narración. Francamente me parece uno de los retratos más impresionantes que he leído de una mujer que, para sobrevivir, ha de prostituirse y someterse a las peores vejaciones. Y también es una historia muy emocionante.
Además de nuestros encuentros en Tánger, en Larache y en Fuengirola, guardo con especial cariño el día que me llamó para que yo presentara su novela en Málaga. Fue un halago, y un placer hacerlo para un amigo. Recuerdo que lo hicimos en la Librería Proteo, y que luego pasamos un rato agradable lleno de risas y buen vino.
El ejemplar que guardo de su novela contiene las palabras que me escribió en la dedicatoria y que ahora, con el tiempo, están llenas de nostalgia. Dicen: “Málaga, 13-12-2007. A Sergio Barce con todo mi afecto. Es, seguro, el mejor lector que puede tener mi Aixa”. Como decía al principio, Mohamed Bouissef es muy exagerado.
“Aicha empezó a soñar con el momento en que le anunciaron que algo podía brillar en su horizonte; su vida se estrellaba entre riscos desconocidos –y ella lo desconocía- y abría el camino a las cenizas de sus ansias y de sus pensamientos”
Sergio Barce, marzo 2011