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NOTAS A PIE DE PÁGINA 15 – LO ÚLTIMO DE BARNES Y McCARTHY

Las dos últimas novelas de Julian Barnes y de Cormac McCarthy me dejan un tanto indiferente, como si hubiera visitado a dos viejos amigos y los hubiera encontrado apáticos y sin ganas de recibir a nadie. No obstante, siempre hay algo positivo en lo que escriben, sin duda.

Elizabeth Finch (2022), de Barnes, es una obra de excelente factura mientras se centra en el personaje de la profesora Finch, y ahí reconozco la narrativa del escritor, que siempre he admirado, pero luego se transforma en un ensayo de tapadillo sobre el emperador Juliano el Apóstata. Así que, aunque me atrae el personaje histórico, ya está más que retratado por Gore Vidal, y volver a hacerlo es un ejercicio baldío que, en este caso, menoscaba el núcleo duro de la novela, el de alguien sumamente atrayente y atractiva como es la protagonista: Elizabeth Finch. No obstante, como decía antes, hay páginas que reflejan su indudable maestría.

Julian Barnes escribe:

“…¿Y en qué categoría entraba mi amor por EF (Elizabeth Finch)? Bueno, yo lo definiría como romántico estoico, eso sería lo apropiado. ¿Y la quise más que a alguna de mis esposas? Digámoslo así: una parte del amor consiste en que la persona a la que amas te sorprenda, aunque la conozcas a fondo y muy bien. Es una señal de que el amor sigue vivo. La inercia mata el amor; y no solo el amor sexual, sino todas las clases de amor. En mi experiencia, las <sorpresas> del amor conyugal, pasados los primeros años, resultan ser a veces simples rarezas; peor, la expresión de alguien no solo aburrida con su marido, sino también consigo misma; con la vida misma, de hecho. No llegué a entenderlo en el momento, claro está. Las sorpresas de EF eran de otra clase. Hay gente que prefiere los libros a la vida, que recelan de implicarse de un modo más profundo, más turbulento. No creo que yo sea así; pero es cierto que tal vez prefería amar a EF que amar a cualquier otra persona que haya conocido, antes o después. No quiero decir que la quisiera más -eso no sería plausible-, sino que la amé concienzudamente: a conciencia y totalmente…”

Dejarse seducir por la protagonista es un delicado placer.

El párrafo pertenece a la edición publicada por Anagrama (marzo, 2023), con traducción del inglés de Inga Pellisa.

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Cormac McCarthy es uno de mis autores de cabecera.

Posee una forma de escribir recia, sin concesiones. Ahí está Meridiano de sangre (Blood meridian), No es país para viejos (No country for old men) o La carretera (The road). Recientemente fallecido, nos ha legado como última obra El pasajero (The Passenger) y Stella Maris, dos novelas en un solo volumen. Pero me centro ahora en la primera de ellas.

El pasajero es un ejercicio no sé si de virtuosismo premeditado o de virtuosismo accidental; sea cual sea, se queda en un juego de malabares. La novela arranca muy bien y contiene los mejores diálogos que he leído en mucho tiempo, pero, a la vez, inserta capítulos de ensoñación o pesadilla que no aportan nada, al contrario, ralentizan la lectura, distraen, irritan. Y, para colmo, su final es uno de los más decepcionantes. No guarda relación con la estructura férrea de sus otras novelas.

Pero, como digo, hay diálogos excepcionales y, parte de ellos, muy divertidos. He echado en falta su contundencia de antes, y no es el broche de oro que esperaba. Eso sí, el protagonista, Western, es de esos personajes que se hacen inolvidables. Por algo será.

Uno de los diálogos de McCarthy en El pasajero es el siguiente:

“…Western pagó al hombre y cogió la llave y fue en el coche hasta la habitación y se acostó.

A la mañana siguiente volvió a Wartburg y desayunó tarde en el pequeño restaurante y aprovechó para leer el periódico local. En el aparcamiento dos chavalas estaban mirando el coche. Los parroquianos del bar le lanzaban miradas mientras comía y al cabo de un rato la más joven de las dos camareras se acercó para servirle más café.

Apuesto a que ese coche de allá es suyo.

Western levantó la vista. La chica tenía puntos de sutura recientes en la cabeza. Después de servirle dejó la cafetera en la mesa y sacó su libreta del bolsillo del delantal. ¿Va a pedir algo más?

Quizá sí. Tengo bastante hambre.

Western miró la carta. ¿La wartburger tiene éxito?

Sí. Es bastante popular.

Cerró la carta. Creo que lo dejaré ahora que estoy a tiempo. Miró a la chica.

Usted no es de por aquí, ¿verdad?, dijo.

Uf, no. Odio este sitio.

Me habían dicho que era un pueblo divertido.

¿Wartburg? ¿Y dónde ha oído eso? Me está vacilando, a que sí.

Usted tiene un novio en Petros.

Marido. ¿Cómo lo ha sabido?

Pues no sé. Veo que no lleva alianza.

Sí que la llevo. Pero cuando estoy trabajando no.

¿Le ve a menudo?

Dos veces por semana.

¿Su marido le ha visto ya esos puntos?

Aún no.

¿Qué piensa decirle?

¿Cómo sabe que no me los hizo él?

¿Es médico?

Ya me entiende.

¿Se los hizo él?

Ya se lo he dicho. Ni siquiera los ha visto todavía.

Bueno, ¿y qué piensa decirle entonces?

Le gusta meter las narices donde no debe, ¿eh? Pues por si le interesa le diré que resbalé y me caí.

Sólo quería saber si tenía una buena historia.

¿Por qué piensa que la necesito? Usted no sabe lo que pasó.

¿La necesita o no?

Puede. ¿Por qué debería decírselo?

¿Y por qué no?

¿De dónde es usted?

De aquí.

Qué va.

¿De Nueva Orleans?

Yo qué sé. ¿Es de allí?

Si le parece bien…

La camarera miró un momento hacia el mostrador y luego le miró otra vez. Usted va de listillo por la vida, ¿eh?

Sí.

Y eso que es bastante mono.

Bueno, usted tampoco está nada mal. ¿Quiere que salgamos?

Ella volvió a mirar hacia el mostrador. No sé, dijo en voz baja. Me pone usted un poco nerviosa.

Forma parte de mi estrategia. Es bueno para la libido.

¿Para la qué?

¿A él qué es lo que le va? ¿El homicidio?

¿Y eso cómo lo sabe? ¿Ha estado hablando con Margie?

¿Quién es Margie?

Esa que está allí de pie. ¿Qué le ha contado de mí?

Me ha dicho que le pidiera para salir.

A esa le voy a patear el culo.

No, es broma. No ha dicho nada parecido.

Más le vale. ¿Quiere algo más?

No, gracias.

La camarera arrancó el tíquet y lo puso boca abajo sobre la mesa. ¿Seguro que es de Nueva Orleans?

Sí.

Nunca he estado. ¿Es jugador profesional?

No. Soy buzo de profundidad.

Qué trolero. Tengo que atender a esos clientes.

Muy bien.

¿Lo que me ha dicho iba en serio?

¿El qué?

Ya sabe. Lo de salir.

Quizá. No sé. Me pone usted un poco nervioso.

Puede que sea bueno para esa cosa que ha dicho antes. Si es que tiene.

¿Cuánta propina quiere que deje?

Pues no sé, encanto. Lo que le dicte el corazón.

Vale. ¿Nos lo jugamos a doble o nada?

¿Cómo voy a saber lo que me estoy jugando?

¿Eso qué importaría?…”

El texto pertenece a la edición de Random House, noviembre 2022, con traducción de Luis Murillo Fort.

Mañana seguiré con esta nota a pie de página hablando de cine y de otros libros. El mes de agosto siempre es propicio para darme un buen atracón de lectura. Y este año ha sido especialmente intenso.

Sergio Barce, 24 de agosto de 2023

   

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LEYENDO «EL PASAJERO» (THE PASSENGER – STELLA MARIS), DE CORMAC McCARTHY

«¿Tenías problemas con la bebida?

Problemas no sé. Supongo que debería decir que sí. Me despertaba en sitios extraños. Una vez me desperté en el coche de alguien y pensé: Tío, ¿y si un día te despiertas muerto? Creo que ahí fue cuando decidí plantarme. Digo yo, si te mueres borracho, ¿te da tiempo a volver a estar sobrio antes de enfrentarte a Dios?

Es una buena pregunta. No lo sé.

Lo estuve pensando. Me imaginé curda perdido delante de él. Y lo que él diría. Y lo que diría uno, ya puestos.

Bueno, a mí me parece que el alma no se emborracha.

Webb se quedó pensando en esas palabras. Ya, dijo. Puede que la tuya no.»

Fragmento de la novela El pasajero (The passenger – Stella Maris), editada por Random House, con traducción de Luis Murillo Fort.      

 

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CORMAC McCARTHY

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Llega la noticia del fallecimiento del maestro Cormac McCarthy, uno de mis autores de referencia. Como despedida, me permito reproducir un fragmento de la novela que más me ha impactado de este autor: Meridiano de sangre (Blood meridian):

«…La columna se había detenido y los primeros disparos empezaron a sonar. El humo gris de los rifles se confundía con el polvo que levantaban los lanceros al hacer brecha en sus filas. El chaval notó que su caballo se desinflaba bajo sus piernas con un suspiro neumático. Había disparado ya su rifle y estaba sentado en el suelo trajinando con la cartuchera. Cerca de él un hombre tenía una flecha clavada en el cuello y estaba ligeramente encorvado como si rezara. El chaval habría tratado de estirar la punta de hierro ensangrentada pero vio entonces que el hombre tenía otra flecha clavada hasta las plumas en el pecho y estaba muerto. Por todas partes había caballos caídos y hombres gateando y vio a uno que estaba sentado cargando su rifle mientras la sangre le chorreaba de las orejas y vio hombres con sus revólveres desensamblados tratando de encajar los barriletes cargados que llevaban de repuesto y vio hombres de rodillas bascular hacia el suelo para trabarse con su propia sombra y vio cómo a algunos los alanceaban y los agarraban del pelo y les cortaban la cabellera allí mismo y vio caballos de guerra pisoteando a los caídos y un pequeño poni cariblanco con un ojo empañado surgió de las tinieblas y le mordió como un perro y desapareció. De los heridos los había que parecían privados de entendimiento y los había que estaban pálidos bajo la máscara de polvo y otros se habían ensuciado encima o se habían desplomado sobre las lanzas de los salvajes, que ahora atacaban con un frenético friso de caballos con sus ojos estrábicos y sus dientes limados y jinetes desnudos con manojos de flechas apretados entre las mandíbulas y escudos que destellaban en el polvo y volviendo por el flanco contrario de la maltratada tropa en medio de un concierto de quenas y deslizándose lateralmente de sus monturas con un talón colgado del sobrecuello y sus arcos cortos tensados bajo el pescuezo tenso de los ponis hasta haber rodeado a la compañía y dividido en dos sus filas e incorporándose de nuevo como figuras en un cuarto de los espejos, unos con rostros de pesadilla pintados en sus pechos, abatiéndose sobre los desmontados sajones y alanceándolos y aporreándolos y saltando de sus ponis cuchillo en mano y corriendo de un lado a otro con su peculiar trote estevado como criaturas impulsadas a adoptar formas impropias de locomoción y despojando a los muertos de su ropa y agarrándolos del pelo y pasando sus cuchillos por el cuero cabelludo de vivos y muertos por igual y enarbolando la pelambre sanguinolenta y dando tajos y más tajos a los cuerpos desnudos, arrancando extremidades, cabezas, destripando aquellos raros cuerpos blancos y sosteniendo en alto grandes puñados de vísceras, genitales, algunos de los salvajes tan absolutamente cubiertos de cuajarones que parecían haberse revolcado como perros y algunos que hacían presa de los moribundos y los sodomizaban entre  gritos a sus compañeros. Y ahora los caballos de los muertos venían trotando de entre el humo y el polvo y empezaban a girar en círculo con estribos sueltos y crines al aire y ojos ensortijados por el miedo como los ojos de los ciegos y unos venían erizados de flechas y otros traspasados por una lanza y se tropezaban y vomitaban sangre mientras cruzaban el escenario de la matanza y se perdían otra vez de vista. El polvo restañaba los pelados cráneos húmedos de los escalpados, quienes con el reborde de pelo por debajo de la herida y tonsurados hasta el hueso yacían como monjes desnudos y mutilados sobre el polvo ahogado en sangre y por todas partes gemían y farfullaban los moribundos y gritaban los caballos heridos en tierra…»

«Meridiano de sangre», de la edición de Literatura Mondadori, con traducción de Luis Murillo Fort.  

 

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