Nombrar un lugar inolvidable de Larache, no sé si mítico (es quizá una palabra excesiva, seguramente) me lleva al Balcón del Atlántico. Era el lugar al que me asomaba en los primeros años desde la ventana de mi casa. Fue también el lugar de mis correrías, de mis juegos, de mis travesuras. Un día, tendría siete u ocho años, introduje papeles y cartones por las aberturas existentes bajo el templete que hay en sus jardines y en el que tocaban los músicos los días de fiesta. Luego, metí una cerilla. Por supuesto, no pude apagar la llama y se formó una humareda escandalosa, así que llamaron a los bomberos… He borrado de mis recuerdos lo que me dijo mi padre después de enterarse…
También era y es el sitio ideal para pasear, viendo el atardecer, el sol sumergiéndose allá a lo lejos. Creo que todas las parejas de novios han bajado al Balcón para compartir sus confesiones, para caminar del Mercado hasta casi al puerto y luego volver lentamente sobre sus pasos, un ritual de horas, con tal de estar uno al lado del otro… Mohamed Chrif Tribak lo filmó en su corto «Balcón Atlántico», un retrato simpático de lo que no es sino una tradición de la ciudad y de sus gentes. Un lugar del que todo larachense guarda su recuerdo privado e intransferible.
Pero qué sería este Balcón sin la gente que lo paseó, que lo añora, que lo recuerda o que aún lo vive. Esa gente que forma parte ya de mi vida, que siento tan cercana, tan íntima.
A medida que voy acumulando fotografías, textos o simples esbozos, me doy cuenta de la gran cantidad de personas que habitan en mí. Algunas de ellas hace mucho que no las veo, otras se comunican conmigo de tarde en tarde, a veces con un simple mensaje de texto, pero siempre hay una extraña sensación de que siempre están ahí, cercanas, a mano, y que algo difícil de explicar o de comprender nos une. Sabemos lo que es, por supuesto: una tierra, un sol, un río, el mismo horizonte en el que cada día sigue desapareciendo el mismo sol…
Sergio Barce, abril 2011








