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LIBROS PARA LEER ESTE VERANO

Con el verano llegan esos maravillosos instantes en los que los turistas, disfrutando de nuestro sol, se quedan dormidos en las hamacas de la playa y, cuando despiertan, han de acudir al primer puesto de socorro para tratar de aliviar la insolación y, sobre todo, las quemaduras de segundo grado que acaban de declararse en sus espaldas…

Hay otra manera de quemarse sin darte cuenta: estar sentado a la orilla del mar (o en la hamaca que ha dejado libre el turista calcinado) con un buen libro entre las manos, un libro que te hace olvidar dónde estás…

Recomiendo algunos títulos, que son los últimos que me han gustado o que me han enganchado de alguna manera, por si os sirviera de orientación.

Crímenes de Ferdinand Von Schirach

Una pequeña joya: “Crímenes” (Verbrechen) de Ferdinand Von Schirach (Salamandra, 2013). Von Schirach es un prestigioso abogado penalista alemán que, partiendo de algunos de los asuntos que ha defendido, nos ofrece once pequeños relatos, muy bien escritos, embaucadores y fascinantes. Hay historias terribles y otras increíbles, alguna extraordinariamente emocionantes. Los titulados “Fähner”, “Suerte” o “El etíope” resultan conmovedores. “Fáhner”, por ejemplo, es la historia de un médico apreciado por todos en la ciudad en la que vive, pero está casado con una mujer que, desde el primer momento, lo humilla permanentemente; sin embargo, él le había jurado que siempre la protegería y la querría, y cumple su juramento a pies juntillas hasta que casi cincuenta años después, un día, la mata a hachazos… Ir descubriendo poco a poco los motivos que le llevan a cometer este acto de salvajismo es un ejercicio interesante, incluso sorpresivo, porque te sorprendes de que no haya ocurrido antes…

EL ADVERSARIO de carrère

Hay un autor que me tiene realmente atrapado. Cuando mi amigo Jesús me habló de él, confieso que no sabía nada de Emmanuel Carrère, pero leí primero “El adversario” (L´adversaire) publicado por Anagrama (como el resto de los libros que citaré de este mismo escritor), y me atrapó. Esa historia terrible pero casi imposible, por inimaginable, es la vida de Jean-Claude Romand quien, en 1993, asesinó a su familia –su esposa, sus hijos, sus padres-. Un hecho que impactó en Francia y que Carrére, muy en la línea del Truman Capote de <A sangre fría> reconstruye entre el periodístico y la investigación, entre la novela de terror y el docudrama, pero con su narrativa diáfana y bien estructurada transforma en una novela fascinante lo que en principio solo iba a ser el retrato de un asesino. El efecto en el lector, al menos en mí, es inquietante.

De vidas ajenas de Carrére

Luego leí la que, quizá, sea una de las mejores novelas que han caído en mis manos en los últimos años: “De vidas ajenas” (D´autres vies que la mienne). Aquí, Emmanuel  Carrère demuestra que es un novelista poderoso, inteligente, audaz y muy humano.

He llorado con este libro. No me importa confesarlo. Arranca con el famoso tsunami del que tanto hemos oído y visto, un acontecimiento que el autor vivió en primera persona, y cuando crees que el libro va de eso, de los efectos secundarios causados por ese impactante accidente natural, el libro da una primera vuelta y luego otra, y nos encontramos enganchados a esa pareja de jueces que trabajaron codo con codo en un tribunal francés, dos jueces que sufrieron cáncer, dos jueces cojos. Y sus historias son tan conmovedoras como valientes, tan profundamente vividas como admirables. Carrère, además, tiene la virtud de que novela vidas reales, aquí esas vidas ajenas que nos dan cien lecciones de cómo afrontar los reveses de la vida.

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La siguiente en caer de Carrère ha sido la majestuosa, fascinante y genial “Limónov”. Otra maravilla de la narrativa. Como en “El adversario”, nos relata la vida y obra de Eduard Limónov, actualmente personaje opositor al presidente Putin, pero que comenzó siendo un niño perdido en una población perdida de la Rusia más perdida… Nacido en plena segunda guerra mundial, Limónov pasa a ser un delincuente juvenil con ansias de poeta, y llega a ser poeta, para luego, desde esa vida sin futuro, desde la Rusia comunista más paupérrima y desastrosa huir al deslumbrante Nueva York, y allí su vida da otro giro inesperado, convirtiéndose primero en un sin techo y luego en el mayordomo perfecto de un multimillonario (Limónov es un camaleón alucinante), y por fin recala en París, convertido en un artista maldito y admirado en los ambientes más underground… Para terminar de nuevo en su amada Rusia, pero pasando por la guerra de los Balcanes donde sorprenderá a todos luchando al lado de los serbios…

Las relaciones que mantiene con las mujeres que marcan su vida son tan salvajes como impactantes.

Un hombre contradictorio al que es casi imposible calificar, entre fascista y comunista, entre nacionalista y transgresor, un tipo con ansias de grandeza que, cuando termina el libro, es todo menos ese glorioso héroe que ha tratado de ser durante toda su vida…

Merece la pena solo por saborear la calidad de la escritura de Carrère pero también por descubrir la vida de Limónov, tan radical y tan apasionada como frustrante y miserable, una vida vivida a bocados.

Una novela rusa de Carrère

Ahora ando con “Una novela rusa” (Un roman russe), otro fantástico libro de Carrère (ya digo que estoy atrapado por este autor). Otra muy buena novela, pero que me ha subyugado al descubrir la sinceridad tan desnuda y descarnada con la que este escritor es capaz de mostrar aspectos de su vida privada y de su forma de pensar o sentir. Es otro retrato real de otra víctima de nuestra época, el último recluso húngaro de la Segunda Guerra Mundial encontrado en un psiquiátrico ruso, que no es más que la excusa de Carrère para hablar de sí mismo y de ese país del que proviene su familia: Rusia. (Una curiosidad: algunas de sus sensaciones respecto al país de su niñez son tan parecidas a las sensaciones que yo experimento cuando pienso en Marruecos que incluso me identifico íntima y sinceramente con él, pero sólo en esto).

No sé quién eres de Miguel Torres

Junto a estos libros, algo absolutamente diferente: “No sé quién eres” de Miguel Torres López de Uralde (Ediciones Menoscuarto). Me  ha encantado esta novela de Miguel Torres, en especial la trama que desarrolla en esa selva amazónica tan sugerente y atractiva. Miguel tiene una escritura diáfana, sin artificios, y junto a ese ambiente casi fantasmagórico que crea alrededor del cementerio malagueño de San Miguel y la figura enigmática de Zoe, el contrapunto de esa tribu que se ha sacado de su chistera, la de los miotas, y con ellos se inventa algo tan original como atractivo: que cuando en una pareja, en un matrimonio miota, uno de los dos fallece, el chamán de la tribu aplica una pasta al rostro del muerto y fabrica una máscara que el cónyuge sobreviviente ha de llevar puesta el resto de su vida… esto dota a la historia de otra dimensión. Luego está el personaje de Somoza, y los avatares del protagonista narrador que nos lleva desde la selva a ese rincón del cementerio malagueño en una suerte de hechizo. Preciosa novela.

El cránero de la araña de Jofran Martín

Por último, “El cráneo de la araña” de Jofran Martín Caparrós. Publicada en 2011 por Círculo Rojo, traigo esta novela a esta pequeña selección que propongo porque puede ser el contrapunto ideal. Se trata de una historia encantadora, que se desarrolla en Málaga, durante la Primera República, y no sé bien por qué, mientras la leía en su momento me recordaba las obras de Julio Verne, y hasta me imaginaba los escenarios de Georges Méliés. Parece escrita en aquella época, quizá la ambientación histórica sea una de las razones, tal vez la escritura parsimoniosa que no estática de Jofran Martín sea la razón.

Con Darwin por entre sus páginas, encuentras hechos reales tan sugerentes como esa anécdota que relata de los viajes que entonces se organizaban para turistas extranjeros que deseaban ser atracados por los bandoleros que continuaban por la sierra andaluza… Pero  no es eso lo que Jofran trata de contarnos con su novela, es algo más humano y más cercano: cómo los sueños van resquebrajándose ante la tozuda realidad.

Los soldados de Pablo Aranda

E insisto en que «Los soldados» de Pablo Aranda, del que ya hablé en otro artículo, es para lectores insaciables deseosos de que un libro los enganche. Magnífico.

Por supuesto ( y me permito esta licencia), os invito a leer mi nueva novela recién publicada: “El libro de las palabras robadas”, o cualquiera de mis anteriores libros. Pero esa es ya una elección que no depende de mí.

Sergio Barce, julio 2013

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Hablando de mi novela UNA SIRENA SE AHOGÓ EN LARACHE en el I.E.S. PABLO RUIZ PICASSO de MÁLAGA

El pasado 20 de abril fue otro de esos días que se convierten en un regalo. Me habían invitado al Instituto de Enseñanza Secundaria Pablo Ruiz Picasso de Málaga para compartir una charla con el novelista, y ya creo que sin duda amigo, José Francisco Martín Caparrós. Nos une la pasión por la narrativa y que hemos publicado nuestras últimas obras en la misma editorial, Círculo Rojo. Así que, con las buenas artes de Pablo Cantos y de Lola, que movieron los hilos, los alumnos del instituto hicieron el esfuerzo de leer la novela de Martín Caparrós “El cráneo de la araña” y la mía “Una sirena se ahogó en Larache”.

He de decir que me sorprendieron varias cosas: la primera fue la sensación de cercanía que sentí en todo momento con los profesores y alumnos, la segunda sin duda la sorpresa por lo entrañable que resultó la presentación de mi persona y de mi obra por los profesores Laura Núñez y José Manuel Mesa a los que no conocía (en el caso de José Manuel, me dejó impresionado el hecho de que, al hablar de “Una sirena se ahogó en Larache”, se emocionara tanto recordando las duras peripecias de Tami, el niño protagonista, el personaje que yo he creado, que incluso hubo de hacer un pequeño esfuerzo para seguir hablando, y nos contagió), y la tercera y última de las sorpresas fue el bombardeo de preguntas de los estudiantes que me demostraron que no sólo se habían leído la novela sino que les había fascinado y encantado. Es difícil transmitir la sensación que eso causa cuando escuchas hablar de tu obra y de tus personajes en boca de otros, ser consciente de que has llegado, de que has conseguido el objetivo que te proponías al comenzar a escribir.

En fin, fue algo estupendo estar allí. Y aunque he tardado un poco en contarlo –por culpa de tanto material como se me acumula para el blog- no es ni por dejadez ni por olvido, en absoluto, porque ese día se queda guardado en un pequeño rincón de mi memoria, gracias a Pablo y a Lola, a los que tanto debo, a José Francisco Martín, por su generosidad al compartir ese espacio conmigo, a José Manuel y Laura por su trato exquisito, y a los chicos del Instituto por haber dedicado unas horas de su vida en leerme.

Sergio Barce, junio 2012

Mi novela UNA SIRENA SE AHOGÓ EN LARACHE comienza así…

    Tami es un niño de cuerpo frágil pero despabilado, de ojos hambrientos, que padece una enfermedad que le perfora los bronquios y los pulmones. La humedad de la Medinano le sienta demasiado bien, pero él es feliz en sus callejones. Le gusta jugar al fútbol en la playa y corretear por las callejuelas del barrio de la Alcazaba y bajar corriendo con sus amigos por la calle Real hasta el puerto; y le embrujan los cuentos de su abuelo. Son suficientes razones para que no pueda imaginar la vida en otro lugar.

   Ya es de noche. Se ha tumbado en su jubón, en el cuarto que comparte con su hermano mayor Ahmed, que duerme en la otra estera de esparto. Hace calor. La calima es densa esa noche de agosto. Se escucha música en toda la ciudad y algarabía por las calles, pese a que son más de las tres de la mañana. Es raro que Ahmed no ande por ahí, tras alguna de esas chicas que han regresado a Larache desde Holanda o España de vacaciones.

   El cuarto está en el tercer piso de la casa, junto a la habitación del abuelo. En la planta baja, una pequeña cocina y el salón, en el que sobrevive el viejo televisor Telefunken. Un pequeño habitáculo, que sirve de almacén, un retrete con una ducha y el dormitorio de sus padres se reparten la segunda planta. En la azotea, hay un cajón de madera que atesora algunas herramientas del abuelo de cuando ejercía de mecánico en el Taller de Barrajón, y también la mesa pequeña en la que ahora trabaja. A sus pies amontona piezas desechadas de aparatos electrodomésticos, fusibles, cables, una batería. Es ahí arriba donde el viejo se pasa las horas muertas durante el verano.

   Toda la casa de la familia de Tami, no obstante, no sobrepasa en total los cincuenta metros cuadrados. Cada una de las habitaciones es angosta y, salvo su cuarto y el de sus padres, las demás carecen de ventana alguna. La mejor de las dos que hay, sin duda, es la suya, situada en lo más alto de la casa, justo encima de donde él duerme; una idea de su madre que siempre ha pensado que sería lo más beneficioso para el niño. Desde su atalaya particular, Tami puede ver algunas otras terrazas, un trozo imperfecto de la desembocadura del Lükus, el espigón, el minarete de la mezquita desde la que le llega la voz del almuédano, y la inmensidad del cielo, en el que descubre cada noche una nueva estrella. Le ha puesto nombre a alguna. La que más brilla es Nur-al-Din, la más lejana Ibn Battuta.

   Tami no quiere dormirse. Vigila a Ahmed, que respira plácidamente mientras sueña. Sabe que tiene un plan con sus amigos Jamal y Taha, que los tres quieren salir volando, escapar. Los escuchó hablar en el espigón, apasionados, mientras fumaban sentados en las rocas.

   -En cuanto el jefe nos avise, bajamos al acantilado. Nos esperarán sobre las cuatro. Dice que iremos con otros chicos de Ksar-el-Kebir y unos senegaleses que se han escondido en la Medina. Ya veremos…

   -Incha Al´láh.

   Tami se abalanzó sobre Ahmed, trabándose de su cuello. Lo hizo sin pensarlo, igual que si se hubiera recolgado de su madre, aunque sabe que su hermano detesta que se le acerque siquiera y menos si están los amigos delante. No es extraño, pues, que lo tirara al suelo, zancadilleándole, alentado por Jamal que fue quien realmente se había dado cuenta de que Tami había oído algo de sus planes futuros.

   -¿Me llevaréis con vosotros, Ahmed?

   -¿Cuántas veces te he dicho que no nos espíes?

   El niño se levantó, pero Ahmed dio un paso empujándolo y Tami reculó, dando traspiés, aunque consiguió mantenerse erguido. Hubo un instante de pausa, en el que se estudiaron de manera harto diferente: Tami, deseoso de que su hermano le contara sus planes; Ahmed, por el contrario, no se reprimió a la hora de mostrarle su abierto rechazo, como si fuera un intruso que estorbara, y trató de golpearlo en el rostro con la mano abierta. El niño fue ágil y echó el cuerpo atrás evitando el guantazo. Se quedó un segundo con el corazón encogido, pero enseguida se removió, separándose de su hermano igual que si una víbora fuese a atacarle.

   -¡Se lo diré a padre!

   Ahmed, más enfurecido, se descalzó una de las sandalias y comenzó a perseguirlo por el espigón. El grito le había salido del alma.

   Tami sorteaba a los bañistas que caminaban en ambas direcciones, y su hermano mayor trataba de darle alcance con la sandalia derecha en la mano. Aunque Ahmed usaba todas sus energías, la agilidad de Tami le hacía parecer más rápido, era como una gacela que, por instinto, saltara por encima de todos los obstáculos.

   -¡Verás como te coja! –Gritó Ahmed cuando ya se dio cuenta de la inutilidad del esfuerzo.

   Y en ese instante, Razine Larbi se interpuso en su camino y él se quedó parado, con la sandalia en alto, con la respiración entrecortada. Sidi Razine Larbi lo miraba con paciencia, con cierta indulgencia en el porte, pero con la severidad necesaria como para que Ahmed comprendiera que continuar con su persecución sólo le traería problemas. Bajó entonces el brazo, dejando caer la sandalia, que se calzó con disimulo.

   -¿Qué haces, Ahmed? ¿Vas a pegar a tu hermano pequeño? –Razine frunció el cejo. Sus ojos pequeños lo miraban con una intensidad escrutadora-. ¿No aprendiste nada de lo que te enseñé en el orfanato o es que quieres volver allí?

   -Lo siento, sidi.

   -Más te vale.

   Razine Larbi, vestido con una candora celeste, le dio la espalda y entró en su casa de la playa, pensativo, mientras se acariciaba la barba. Confuso, Ahmed miró a la multitud que se movía por el espigón y por la orilla de la otra banda, pero ya no había rastro de su hermano que habría subido en alguna barca para cruzar el río.

   Regresó sobre sus pasos y vislumbró a Sidi Razine tras una ventana. Mohammed, su padre, lo había internado en el Orfanato Musulmán de Larache para que, al menos, estudiara algo. Muchas familias sin recursos lo hacían. Ahmed, sin embargo, no aprovechó más que lo justo para salir cuanto antes del centro. El único buen recuerdo que conservaba de aquel lugar era ese hombre, al que siempre respetó, y al que ahora veía moverse dentro de su casa.

 

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