En el segundo relato de esta recopilación, titulado <John Wayne: canción de amor>, Joan Didion escribe:
<Tres o cuatro tardes por semana íbamos a sentarnos en las sillas plegables del oscuro barracón de chapa de acero que hacía de cine, y fue allí, aquel verano de 1943, mientras fuera soplaba un viento tórrido, donde vi por primera vez a John Wayne. Lo vi caminar y oír su voz. Le oí decirle a una chica en una película titulada “En el viejo Oklahoma” que le iba a hacer una casa “en el recodo del río donde crecen los álamos”. La verdad es que al crecer yo no me convertí en la clase de mujer que protagoniza una película del Oeste, y aunque los hombres a los que he conocido han tenido muchas virtudes y me han llevado a vivir a muchos sitios, nunca han sido John Wayne, y nunca me han llevado tampoco a ese recodo del río donde crecen los álamos. Pero en la profundidad de mi corazón donde cae eternamente la lluvia artificial, esa sigue siendo la frase que yo espero oír.>