THE DOORS Y «TODO ACABA EN MARCELA»

Me decía José Luís Ortiz, bibliotecario de la Biblioteca Pública Municipal Emilio Prados, de Málaga, que, para él, una de las escenas claves de mi novela Todo acaba en Marcela comienza cuando aparece la canción de The Doors Love her madly y que, a aprtir de ese instante, todo da un giro irrefrenable hacia el infierno…

El fragmento al que se refiere es el siguiente:

«…Levanta la cabeza al oír Love her madly, de The Doors, que suena en el salón después de varios temas de Dylan a los que no ha prestado atención alguna. Sin embargo, la letra de esta canción lo emboza. All your love, all your love, all your love, all your love is gone. So sing a lonely song, of a deep blue dream… Como si Jim Morrison pretendiera martirizarlo al hacerle pensar que Marcela se ha ido para siempre y que ya no regresará jamás. Iván se deja resbalar muy despacio hasta sentarse en el suelo de la cocina, un solar de escombros para sus sentimientos. Deja el vaso ya vacío en el suelo y se mete los dedos en la boca hasta que vomita. Lo que ha expulsado es un revoltijo de alcohol, bilis y restos de alguna comida que ya ni siquiera recuerda haber ingerido, que le empapan los pantalones. Respira de modo abrupto, como si algo le obstruyera los pulmones, sin dejar de escuchar la jodida canción de The Doors, la insidiosa voz de Jim Morrison que parece no acabar nunca. Eah Don’t ya love her as she’s walkin´out the door? All your love, all your love, all your love, all your love is gone. So sing a lonely song, of a deep blue dream, seven horses seem to be on the mark. Don’t ya love her madly? Don’t ya love her madly? Claro que la amo locamente, susurra. Locamente. Y cierra los ojos. La amaba locamente, sí, repite en otro murmullo antes de caer en esa duermevela de resaca, cambiando el verbo presente a pasado. Porque todo es ya pasado en su vida. Iván Sotogrande pertenece a otro tiempo, y ahora solo existe un hombre que es el recuerdo de otro hombre. Sus alucinaciones parecen succionarlo de tal manera que cree estar viviendo las escenas que vagabundean por ese sueño en el que hay sangre y animales muertos. Ve callejuelas desiertas por las que serpentean arroyuelos de agua enrojecida, como si las legiones de Lucifer se hubiesen dedicado a cortar cabezas y la sangre de las víctimas se escapara por debajo de las puertas. Se ve de pronto en una plaza rodeado de bestias sin cabezas, bañadas en su propia sangre y en sus propias vísceras, cercándolo como si todos pretendieran que Iván los pusiera a salvo de algo que ya los ha devorado. Nadie puede librarse del mal. Ni siquiera Marcela, a la que amaba locamente. Y cuando Jim Morrison acaba de cantar, abre los ojos, vidriosos y húmedos, enrojecidos como la sangre de su delirio, y la ve salir por la puerta de la cocina. Eah Don’t ya love her as she’s walkin´out the door? Claro que la amo, aunque sea mientras ella desaparece por la puerta con los pómulos fracturados, con la frente hundida y con la estructura ósea rota a golpes de martillo

 

 

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