LO QUE J.M. Y C.C. DICEN DE LA NOVELA «TODO ACABA EN MARCELA»

Recibo sendos correos de dos lectoras, muy críticas pero muy fieles a mis libros, con sus impresiones acerca de mi última novela Todo acaba en Marcela (Ediciones Traspiés). Y, la verdad, estos comentarios son de los que merecen ser releídos con atención porque han escarbado muy profundamente en esta obra y han llegado a las entrañas. De manera que comparto con vosotros los correos de J.M. y C.C.   

«…El domingo abrí la novela y comencé a leerla. Me quedé asida a Marcela sin poder darle una tregua hasta la página 110. Ya por la tarde seguí leyendo hasta terminarla. La brevedad es de agradecer siempre. Pienso en el tiempo que habrás dedicado a componerla y yo, con apetito voraz, me la zampé en unas horas. Las imágenes siguen flotando en mi cabeza. Así, de tirón, como en un bufé que todo entra por la vista y luego pasas a digerir ‘la calidad’ de cada ingrediente. Todo exquisito. ¡De diez! 

Los efectos de anzuelo son tan afilados que me mantuve presa de una serie de sensaciones encadenadas que todavía están en mi órbita. Encuentro un dominio absoluto de la trama y muchísima documentación. La prosa es la que te caracteriza desde la primera página, así que te hallé sin tener que desplazarme a Tánger.

Los personajes son perfectos, geniales, tanto los secundarios como los protagonistas. Me recuerda a la preparación de un guion de John Ford que mandaba a sus asesores escribir una biografía de cada personaje. Cada secuencia está afilada como dardos que hacen diana sin descanso. La lluvia la escucho, la veo y se desliza de forma continua como si marcara un compás oculto. El agua, en sus diversas apariencias, va calando como un fluido que empapa y penetra por cada poro de la piel. Los nombres, los apodos, los alias son logros de un gran ingenio; no es fácil dotar a toda una comunidad con una fonética que comparta tan buen cartel.

Ha sido un rapto en el que he seguido el rastro de los olores, aromas, colores, incluidos los celestes de Matisse, texturas, matices… todos muy logrados.

El narrador ha bajado a los infiernos de la condición humana para contarnos de primera mano lo que ahí acontece para luego elevarse y con una dicción perfecta, como los tipos que frecuentan el Olimpo.

El final es un portento de imágenes diluvianas. Se nutre de numerosas escenas dantescas tan plenas de tipismos que hasta las casas se quedan en los huesos. La trama está perfectamente hilada con la ausencia de diálogos con guión. Es impresionante como cambias de un tiempo a otro sin apenas darnos cuenta. 

Es la mejor novela que has escrito en cuanto a la forma: ¡estilazo Barce! 

C.C.»

«…No sé si me gustó o no la portada, a tres tintas. El negro, el blanco, el rojo. El negro de una historia muy oscura, el blanco del título y de la piel de Marcela, el rojo de sus labios, de la sangre y de tu nombre Sergio Barce. No sé qué sensación exacta me produjo, pero recuerdo que me descolocó un poco. 

Comencé la lectura que tanto me intrigaba y me empezaron a cargar las palabras malsonantes. Términos que tanto se utilizan en la calle, en cualquier lugar, en muchas casas, en muchas películas o… en alguna novela. Pero ésta, ya me habías avisado, era diferente. Aunque me cargara por momentos, el vocabulario era real, sacado de la vida misma; por eso que seguí leyendo, leyendo, leyendo…  A decir verdad, me costaron las primeras páginas (…). Nunca elijo una novela negra, pero venía de ti.

La violencia de Teo el Bizco me daba náuseas y me hacía sentir realmente mal como mujer. Empecé a querer a Qodsya desde el primer instante que la vi soportar en su cuerpo el maltrato de una bestia como Teodoro, de ese ser tan vil por el que ella hacía cualquier cosa que él le pidiera. A Marcela no tuve tiempo de quererla, se fue demasiado pronto, con un número tatuado para siempre en el recuerdo: el 59. Me hice cómplice de María en su amor aún vivo por Iván a pesar de su nuevo colega, amante, amigo Pancho. 

Pero es que todo lo he visto, lo he presenciado, es más, he podido escuchar a todos y cada uno de los personajes. Los sucesos en esta historia se palpan con las manos, me llega el olor del zulo del taller con huellas de las barbaridades que Teo allí cometía. Y lo más hermoso es de qué manera vas hilvanando, Sergio, los diferentes pasajes con palabras dulces, con pensamientos maravillosos y con momentos y personajes entrañables como son, en nuestro Tánger, el comisario Sadik Oubali y su mujer Laila. Ese instante en el que se abrazan y lloran, el momento en el que Iván se culpa una y otra vez y nos llegan las palabras de consuelo, en dariya, de la hermosa mujer de su amigo.

Qué bonito es que nos vayas nombrando lugares inolvidables de Tánger; nos refrescas la memoria y volvemos a revivir de tu mano nuestro pasado, nuestra infancia. Qué entrañable que cites a Mustapha Akalay -amigo también mío y de mi familia- entre los amigos de Sadik. Y qué sensación tan única leer un WhatsApp de un hijo con las palabras Te quiero.  Hay también amor. No, por supuesto, todo no es NEGRO. 

Llegué a un punto que no podía dejar de leer, tenía el corazón en un puño. Fue algo casi adictivo. ¿Qué te digo Sergio? ¡Qué bien lo transmites, qué bien te metes en cada papel! Y todo me lo creo, me convences. Y cómo se nota que la mano se te va sola al escribir, las palabras van fluyendo sin esfuerzo ninguno. Lo intuyo, me llega así. Una GRAN pequeña novela. 

En estos tiempos de violencia contra la mujer, días en que un día sí y otro también nos llegan noticias escalofriantes de actos salvajes cometidos contra mujeres, es una lectura que también debe hacer reflexionar. Realmente parece un caso absolutamente verídico.

Sergio, vas a tener otro éxito enorme con “Marcela” sabes que te lo deseo de todo corazón. Es el tema acertado en el momento preciso.

J.M.» 

 

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