ADIÓS A MIGUEL ROMERO ESTEO

   Jesús Ortega me ha dado la mala noticia. El dramaturgo Miguel Romero Esteo ha fallecido hoy a los 88 años. Y los dos lo hemos sentido. Sin embargo, apenas unos minutos después no he podido evitar esbozar una sonrisa. Las imágenes de aquellos años junto a Miguel han regresado de improviso.

Conocí a Miguel cuando me llamó por teléfono a principios de los ochenta. Yo había enviado un relato a un concurso que convocaba la Facultad de Filosofía y Letras de Málaga, y Miguel Romero formaba parte del jurado. Me notificaba que mi relato acababa de ganar el primer premio, pero que, como yo había enviado dos textos, me pedía que el otro cuento, que curiosamente había resultado ser el segundo más votado, lo dejásemos sin galardón. Accedí. Y ahí comenzó nuestra amistad.

Miguel creó poco después un grupo de narrativa al que me invitó a entrar. Éramos pocos. Jesús Ortega, Teodoro León Gross, José María Solís, Álvaro García, Gonzalo García Weil, Santiago Souviron, Juanma Villalba y yo. Luego había algún otro compañero que entraba y salía del grupo. Nos solíamos reunir en el bar Tiburón, cerca de la Catedral. Miguel Romero se convirtió así en el centro de aquellas tertulias literarias en las que nos fue inoculando su original y compleja visión de la narrativa y de la dramaturgia. Eran reuniones muy divertidas. Nos obligaba a escribir un relato cada semana y cada sábado nos reuníamos y leíamos nuestra cosecha. Él se encargaba de destrozarlos o de alabarlos. Era un hombre justo para eso. Nos enseñaba trucos del oficio, nos orientaba en las lecturas, nos sugería libros. Y subrayaba con tesón que siempre tuviésemos en cuenta las “microminucias”. Eso era lo que le daba autenticidad a un cuento. Yo devoraba todo lo que él nos proponía. Descubrí así a autores que no hubiera quizá abordado si no hubiese sido por sus sabios consejos.

A veces nos invitaba a su casa que, por cierto, me sirvió de inspiración para construir la vivienda de Arturo Kozer, uno de los personajes de mi novela El libro de las palabras robadas. Un pequeño homenaje a Miguel. Allí nos ponía cintas VHS de películas fascinantes. Recuerdo cuando vimos juntos La presa (Southern comfort) y cómo nos explicaba de manera barroca la metáfora que encerraba la historia. Cuando acudíamos a su casa nos sentábamos en una mesa y su hermana nos hablaba clavando sus grandes ojos azules desde su pequeño desvarío mental. Le llevábamos bizcocho y ella lo devoraba con glotonería. Pese a sus problemas de salud creo que me tomó afecto.

También recuerdo nuestros viajes acompañando a Miguel cuando iba a dar una conferencia. O cuando dio el pregón de Semana Santa en su pueblo de Montoro. El pregón más surrealista de la historia de los pregones, de eso estoy seguro. La gente en la iglesia se movía incómoda porque no entendía lo que Miguel les decía con aquella verborrea desbordante. La verdad es que estaba orgulloso y emocionado de que su pueblo le hubiese nombrado pregonero ese año. Creo que no me he reído tanto en mi vida como en esos actos.

MIGUEL ROMERO ESTEO (foto Efe)

MIGUEL ROMERO ESTEO (foto Efe)

Aunque era solo un estudiante yo ya tenía vehículo, un Seat 127. Con él nos desplazábamos con Miguel. Me acuerdo en especial de una charla que dio sobre la Historia del Teatro Español en una enorme sala en Jaén. Creo que lo organizaba la Universidad. A la charla acudieron unas quince personas y los tres que acompañábamos a Miguel. Un profesor lo presentó al auditorio mientras Miguel dejaba sobre la mesa los más de cien folios que traía preparados para la conferencia. Un tocho que ya nos advirtió que era un coñazo. Esas fueron sus palabras. Se trataba nada más y nada menos que de un recorrido crítico sobre la historia completa de nuestro teatro desde sus orígenes hasta los años ochenta. Algo hercúleo. Como yo ya lo había acompañado a otras charlas ya me esperaba cualquier cosa. Miguel Romero Esteo era un genio. Y como los grandes genios era imprevisible. No me equivocaba. Y Miguel no nos defraudó.

Sus primeras impresiones sobre el origen del teatro español eran ya una declaración de intenciones sobre lo que iba a seguir después. El profesor que lo había precedido en la palabra lo observaba con estupor. Miguel vino a decir que, aprovechando las celebraciones religiosas, tras acabar alguna procesión, los chavales perseguían a las chavalas por el bosque y se las ventilaban con mucha alegría y mucha profanación. Y eso lo enlazaba con las obras del Arcipreste de Hita y otras creaciones medievales e iba avanzando por los siglos a una velocidad que a los tres amigos que lo acompañábamos nos hacía hundirnos lentamente en nuestros sillones barruntándonos que aquello no acabaría bien. Miguel continuaba pasando las hojas sin apenas leerlas. Decía: bueno ahora viene una etapa bastante interesante pero la verdad es que no vale la pena detenerse demasiado en ella… Y pasaba las páginas, diez, veinte, y se saltaba los años como quien no quiere la cosa. No sé si llegó al siglo XX en apenas doce minutos, pero para entonces ya se habían marchado de la conferencia tres o cuatro personas. Cuando dijo que Antonio Gala escribía para señoras con abrigos de pieles y collares de perlas, dos señoras con abrigos de pieles y collares de perlas se levantaron ofuscadas y lo increparon. ¿Pero quién se ha creído que es usted? Le dijo una de ellas al salir. Pero Miguel seguía pasando las páginas de su conferencia como si le quemaran en los dedos. Cuando dijo que Buero Vallejo había escrito únicamente una obra de teatro y se había dedicado el resto de su vida a auto plagiarse usando esa misma obra una y otra vez, pero cambiándole de título, el resto de los asistentes se levantó entre murmullos de desaliento y enfado. ¡Buero Vallejo es una de nuestras glorias nacionales! Le lanzó un hombre de unos cincuenta años. Sí, lo es, le replicó Miguel, pero se copia y se copia y publica siempre lo mismo con distinto título. ¡Por favor! Le dijo el otro marchándose teatralmente. Por supuesto era una fanfarronería de Miguel.

Cuando nos quedamos los tres compañeros solos en la sala, Miguel recogió sus papeles y nos gritó desde el escenario: ¡Nos vamos! ¡Os invito a almorzar en el Parador! El presentador del acto seguía sentado en su silla sin dar crédito a lo que acababa de suceder. Luego en el Parador, una maravilla de edificio y de restaurante todo hay que decirlo, Miguel Romero nos confesó que había actuado así porque era la primera vez que le pagaban en metálico una conferencia antes de pronunciarla (y se la pagaron muy bien) y que de lo que tenía ganas era de irse con nosotros a comer y a charlar y no a hablarle de teatro a unas señoras que creían acudir a un acto cultural de mesa camilla. Miguel era un provocador. Y un genio. Aunque esto ya lo haya dicho antes.

Miguel Romero Esteo era único. Un dramaturgo a contracorriente. Lo estudiaban en Alemania y en Universidades de Estados Unidos y lo ignoraban en España. Pero, pese a todo, fue Premio Nacional de Literatura Dramática y Premio Andalucía de Teatro. Recuerdo muy bien cuando le concedieron el Premio Consejo de Europa en 1985. Lo había llamado su amigo Bob Wilson, uno de los directores de escena más reputados del mundo, para felicitarlo. Volvió a invitarnos para celebrarlo. Y en España seguían sin reconocer su talento como merecía.

En una ocasión, Salman Rushdie estuvo en la casa de Miguel. Se quedó allí una semana. Y Miguel nos dijo con aquella manera suya de hablar llena de gesticulaciones: es un chico muy provinciano.

Siempre me gustaron los títulos de sus obras: Tartessos, Pontifical, La oropéndola… Pero sobre todo las que tenían títulos estrambóticos y surrealistas como Parafernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación, Antigua y noble historia de Prometeo el héroe con Pandora la pálida, Fiestas gordas del vino y el tocino y, sobre todo, Pizzicato irrisorio y gran pavana de lechuzos. Hasta en eso era único y genial.

Lázaro Carreter dijo, refiriéndose a Miguel Romero Esteo, que nunca había visto ir a nuestro teatro tan lejos, ni de modo tan audaz e inteligente.

Cuando mi hijo Pablo nació en 1987 Miguel vino a casa a conocerlo. Lo miró y nos dijo: es un niño cósmico. Aún me sonrío al rememorarlo. Son de ese tipo de comentarios que a uno no se le olvidan. Como tampoco olvido sus correcciones cuando leía mis relatos o los libros que me hizo comprar. Ahora me doy cuenta de que Miguel me enseñó mucho.

Recuerdo también que, a veces, al ir a verlo a su casa lo sorprendía por la calle muy desaliñado, vistiendo un anorak verde con forro naranja, sin afeitar, con un pitillo entre los labios dándole chupadas rápidas y cortas. Solía venir de comprar del supermercado con media docena de botellas de zumo de fruta y galletas. Se paraba y me decía: hola, Sergio, voy para casa. Estoy encerrado escribiendo. Y no puedo parar. Nos vemos otro día. Y salía corriendo. Y no es una metáfora, no. Miguel salía corriendo de verdad. Como si se le escapara el tiempo.

Luego llegaría aquella polémica en la Universidad que tanto daño le hizo. Escribí en su defensa en el diario Sur enviando una carta al director que tuvo respuesta y repercusión. Lo hice con rabia. Lo acababan de defenestrar ignorando su talento y su genio, negándole aquí un merecido reconocimiento que se le tributaba una y otra vez en el extranjero. Nunca fue profeta en su tierra. Ya muy tarde comenzaron los halagos y los homenajes, aunque me da la sensación de que algunos lo fueron a regañadientes, como para tapar las vergüenzas de este país que nunca ha valorado a sus grandes creadores.

Cuando lo invitaron a una recepción en el Palacio Real lo acompañamos para que alquilara un esmoquin. Al regresar de Madrid nos contó su experiencia. La reina Sofía le pareció una mujer culta y elegante. Pero lo que más le había llamado la atención fue que en el Palacio había un intenso olor a cocido en todas las estancias. Era desternillante escucharlo relatar esas peripecias suyas.

Miguel Romero presentó mi primera novela. Aquello sí que fue un acto de generosidad porque el libro no era nada del otro mundo. Miguel sin embargo lo ensalzó con vehemencia. Me sentí muy orgulloso de que accediese a hacerlo. Él fue lo mejor de aquel acto en la Feria del Libro de Málaga.  

Ahora que Miguel ha muerto me doy cuenta de todo lo que le debo. Una deuda que nunca le pagué como debí hacerlo.

Gracias, Miguel.

Pero Miguel no me responde. Solo lo veo darse la vuelta y salir corriendo. Como si se le escapara el tiempo.

Sergio Barce, 29 de noviembre de 2018

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4 pensamientos en “ADIÓS A MIGUEL ROMERO ESTEO

  1. LAMIRI Moustapha dice:

    Mis sinceras condolencias a la familia del señor Miguel Romero Esteo.

  2. Victor Perez dice:

    realmente emocionante estas palabras dedicadas a un genio que se hizo carne ante ti y se convirtió en amigo y padre.

  3. Alberto Mrteh dice:

    Me has hecho sonreír con tus recuerdos sobre este escritor cósmico.
    No me extraña que te haya marcado.
    Alberto Mrteh (El zoco del escriba)

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