Sencilla, esta novela de J.M.Coetzee es un relato sosegado de su propia niñez, aunque, como en todas sus obras, cruza un aire triste, apesadumbrado y decepcionante de Sudáfrica, su país. Los afrikaners como una suerte de permanente amenaza, los nativos como seres fantasmales y desconocidos, la furiosa, callada y dura rivalidad entre católicos y protestantes. Lo más interesante, quizá, de esta novela, que juega a ser también algo de memorias de la infancia, sea la actitud que demuestra en todo momento el protagonista, impostando su catolicidad, impostando su forma de enfrentarse a la vida, siempre al límite de la mentira y del engaño, buscando seguramente la armadura de una personalidad que no es la suya y que le sirva para defenderse de la realidad, que no le gusta. Se siente diferente, pero anhela la normalidad; sin embargo, intuyo que Coetzee, el niño que fue y que protagoniza el relato, no deseaba ser tan normal y, de alguna manera, construir ese mundo en el que se aislaba le resultaba fascinante.
“El mayor secreto de su vida en el colegio, el secreto que no le cuenta a nadie en casa, es que se ha convertido al catolicismo, que a efectos prácticos <es> católico.
Le es difícil plantear el tema en casa porque su familia <no es> nada. Naturalmente son sudafricanos, pero incluso ser sudafricano es un poco vergonzoso y por tanto no se habla de ello, puesto que no todo el que vive en Sudáfrica es sudafricano, o al menos no un sudafricano decente.”
Es así, se avergüenza de su condición, por eso su impostura permanente, y se avergüenza se sus progenitores, en especial de su padre, al que odia y desprecia de una manera permanente y tozuda.
“A su padre le gusta el Partido Unido, a su padre le gusta el críquet y el rugby, y aun así, a él no le gusta su padre. No entiende esta contradicción, pero tampoco tiene interés en comprenderla. Incluso antes de conocer a su padre, es decir, antes de que su padre volviera de la guerra, había decidido que no iba a gustarle. En cierto sentido, por tanto, se trata de una aversión abstracta: no quiere tener padre, o a menos no quiere un padre que viva en la misma casa que él.
Lo que más odia de su padre son sus hábitos personales. Los odia tanto que el mero hecho de pensar en ellos le hace estremecerse de asco: lo fuerte que se suena la nariz en el baño por las mañanas, el olor acre a jabón de afeitar que deja en el lavabo, junto con un cerco de espuma y pelos. Sobre todo odia cómo huele su padre…”
El único personaje que realmente fascina al niño es Agnes. Ahí sí se abren sus expectativas, algunos sueños. Se nota una especial querencia, un algo de atracción que, sin embargo, se resiste a aceptar.
“Estar con ella es distinto a estar con los amigos del colegio. Tiene algo que ver son su dulzura, con su disposición para escuchar, pero también con sus delgadas piernas bronceadas, sus pies desnudos, su manera de saltar de piedra en piedra. Él es muy listo, el primero de su clase; ella también tiene fama de lista; vagan por los alrededores hablando de cosas por las que los mayores menearían la cabeza…
(…) ¿Por qué le es tan fácil hablar con Agnes? ¿Porque es una chica? A cualquier cosa que venga de él, ella parece responder sin reservas, con dulzura y presteza. Ella es prima hermana suya, por lo tanto no pueden enamorarse ni casarse. De alguna forma, eso es un alivio: es libre de ser amigo de ella, de abrirle el corazón. Pero, ¿y si a pesar de todo está enamorado de ella? ¿Es esto el amor, esta generosidad natural, este sentimiento de ser comprendido por fin, de no tener que fingir?”
Como toda la obra de Coetzee, esta novela destila tristeza, desengaño, pesadumbre, pero tiene una calidad abrumadora. Leer “Infancia” es transitar por una niñez extraña, lejana, llena de contradicciones y de sinsabores, es descubrir la vida de un niño que sólo sabía transformarse para eludir su mundo y evitar los problemas. Su madre es casi una presencia permanente, a la que en el fondo desdeña, y su padre, por el contrario, es el personaje que centra su ira, su desprecio y su angustia existencial. Nada tan desolador como el siguiente párrafo para resumir los sentimientos del protagonista:
“Una mañana hay un silencio extraño. Su madre está fuera, pero algo en el aire, un olor, un ambiente, una pesadez, le dice que <ese hombre> está todavía aquí. Seguramente ya está despierto. ¿Será posible que, maravillas de las maravillas, se haya suicidado?”
Sergio Barce, abril 2011
Los párrafos transcritos pertenecen a la edición de la novela publicada por Mondadori en 2010, primera edición, con traducción de Juan Bonilla.
John Maxwell Coetzee, escritor sudafricano (pero nacionalizado australiano), en sus novelas retrata a su país de origen sin sentimentalismo alguno, y ello le sirve para denunciar el appartheid y el racismo y sus nefastas consecuencias. Otras novelas suyas son Tierras de poniente (Dusklands) 1974, Vida y época de Michael K (The life and times of Michael K) 1983, La edad de hierro (Age of iron) 1990 y Elizabeth Costello, 2003. J.M.Coetzee es Premio Nobel de Literatura 2003.
