Raymond Carver está considerado uno de los mejores narradores americanos. Maestro del relato corto, sus historias, tan abiertas, con esos finales que no son finales, me dejan invariablemente con la sensación de lo inesperado, de la incertidumbre. Casi siempre son protagonizados por gente desesperada, marginal, de las clases menos pudientes de su país. De sus libros que he leído, hay cuentos inmensos tanto en “Catedral” (1981) como en “De qué hablamos cuando hablamos de amor” (What we talk about when we talk about love, 1974), especialmente el primer relato de este último, que me parece una obra maestra.
Raymond Carver nació en Clatskanie, Oregón (USA), en 1938, y aunque fue durante años alcohólico, falleció en 1988 de cáncer de pulmón, justo cuando el reconocimiento por su trabajo estaba en lo más alto.
Años después de morir, se creó una polémica sobre sus relatos, pues se comenzó a decir, y parece que era cierto, que los cuentos que su editor Gordon Lish publicada, estaban retocados por éste. Sin embargo, los análisis de su obra demuestran que el genio era Carver, y que él era quien convertía esos relatos en auténticas joyas. En concreto, en el mencionado libro De qué hablamos cuando hablamos de amor, Lish llegó a reducir a la mitad el número de palabras originales y reescribió diez de los trece finales de los cuentos del libro.Así, en el cuento «Diles a las mujeres que nos vamos» («Tell The Women We’re Going») Lish suprime las relaciones de causa y efecto que llevan a dos adultos a matar a dos adolescentes, y añade torpeza, profundidad y silencio donde antes había, según describe de D.T.Max, autor del artículo, demasiadas palabras. Pero como digo, esta polémica se ha venido diluyendo a medida que la dimensión del narrador ha ido ahogando al editor.
Sergio Barce, julio 2011