“Aunque Balo salía disparado de su cañón gracias a un resorte, simultáneamente se hacía tronar una pequeña carga de pólvora. El ritual de encender la mecha, así como la explosión, el flamazo y el posterior olor a quemado le daban al espectáculo una mayor dosis de realismo. Su acto siempre iba antes de los trapecistas, pues se aprovechaba para ambos el tendido de la red; además, Balo debía preceder a los Cabriolé porque el espectáculo iba in crescendo, y un hombre disparado diez metros era poca cosa frente a tres hermanos dando mil piruetas por los aires. En un principio, Balo sólo se metía en su cañón, se detonaba la carga, volaba hacia la red y sanseacabó; pero don Alejo le reclamó que le pagaba demasiado como para entretener al público apenas diez segundos. Le habló de mademoiselle Zazel, una hermosa mujer lanzada desde un cañón de madera a una altura de doce metros, <y no caía sin riesgo en una red; no, señor, en lo más alto de su trayectoria era tomada por un trapecista>. Para Balo no había punto de comparación si era lanzada de un artefacto de madera, podía equipararse a un dardo o a una flecha, pero jamás a una bala. Don Alejo hizo hincapié en que el asunto no era cómo llamar el proyectil, sino que aquella mujer le estaba dando una lección de agallas. Balo aceptó rediseñar su acto, e involucró tanto a la Orquesta Festival como al anunciador. El percusionista se la pasaba con el sonsonete de tambor que en el ámbito circense indica el advenimiento de algo peligroso, en el ambiente procesal acompaña a un hombre al cadalso, y en cualquier situación termina con un golpe de bombo y platillo. En medio de la pista y entre cada tamborileo, Balo se despedía de algunos compañeros para insinuar al público su probable muerte; luego inclinaba el cañón mediante unas poleas, y hacia afuera rodaban tres balas con un diámetro muy inferior al del cañón. Hércules las recogía y realizaba un par de malabares torpes con ellas. Balo accionaba de nuevo las poleas para apuntar el cañón en un ángulo justo de sesenta grados. Subía una escalera y metía medio cuerpo. Su traje rojo de vivos naranjas era lo más vistoso del circo. El anunciador hablaba sobre los cientos de hombres que en la historia del circo habían muerto por intentar ese temerario acto y que, toda proporción guardada, en épocas remotas había sido una de las tácticas de guerra más importantes, pues para entrar en ciudades amuralladas, los guerreros visigodos eran arrojados con catapultas. <Jamás hubo hombres más valerosos que aquellos visigodos, y ahora sólo en Balo encuentran un igual.> Tomaba una antorcha de mango largo, él mismo encendía la mecha y se persignaba antes de desaparecer en la boca del obús. La mecha antigua tardaba entre cinco y diez segundos en consumirse; la nueva, tardaba cerca del minuto; en unos prolongaba la tensión, en otros provocaba impaciencia. Entonces la Orquesta Festival tocaba los acordes finales de la Obertura 1812, y el hombre bala, en medio de un tronido, una humareda y la total expectación del público, salía disparado hacia la red. Don Alejo se sintió más satisfecho con el acto, pues ya entretenían a la gente alrededor de cinco minutos; no obstante, siempre insistió en que hacía falta de veras arriesgar la vida y le sugirió a Balo prenderse fuego en la ropa o acomodar unas picas envenenadas bajo la parábola entre el cañón y la red. Balo no se atrevió a ni a una ni a otra cosa…”
Este párrafo pertenece a la novela Santa María del Circo, del escritor mexicano David Toscana. Con una prosa elegante, muy bien trenzada y un gran sentido del humor que preña toda la historia, nos relata la curiosa y estrafalaria historia de unos artistas de circo condenados por las circunstancias a vagar por páramos desolados hasta encontrar un pueblo fantasma donde deciden rehacer sus vidas.
Los personajes son fantásticos: Hércules, don Alejo, Balo, Mágala, Natanael, Narcisa, Barbarela, Mandrake, Fléxor… Incluso lo son sus nombres. Hilarante el día en el que deciden sortear las labores que desempeñará cada uno de ellos en el pueblo que han tomado casa por casa.
Se pasa bien leyendo a David Toscana. Y en esta historia, con ecos de Rulfo y de la novela mágica, también hay una aguda reflexión sobre la condición humana, sus miserias, sus pequeñas desilusiones y sus ingratas frustraciones. Me ha gustado mucho esta novela que me ha llevado a tierras inhóspitas para hacerme reír con las penurias de unos desgraciados sin futuro. Humor negro de la mano de buena literatura.
“…Prefiero las bibliotecas con libros de madera. Lucen más bonitos, son más fáciles de sacudir, en caso de incendio no se prenden tan rápido y, lo mejor de todo, no tienen páginas. Además poseen un mayor valor de reventa…”
Esto afirma uno de los personajes, una sentencia de lo más sarcástica saliendo de la pluma de un escritor. Pero así es Santa María del Circo, de David Toscana, publicada por Editorial Candaya, una novela a contracorriente, irreverente y original.
Hay libros que nacen de manera accidental y que, sin embargo, se convierten en el trabajo más querido o apreciado por su autor. Cruce de vías, publicado por Editorial Candaya, recoge muchos de los artículos que José Antonio Garriga Vela ha ido escribiendo para el diario Sur de Málaga durante casi treinta años, pequeños relatos que sus lectores esperábamos cada fin de semana como quien aguarda la llegada de un ser querido en la estación de tren.
Sé por Jose Garriga, que me lo ha ido contando durante los paseos que solemos hacer por el centro de Málaga y sentados frente a unas cervezas, que seleccionar estos 104 relatos de entre todos los que escribió para el periódico le ha resultado fatigoso, pero también doloroso y a la vez muy satisfactorio. De hecho, en la presentación que hizo en la Librería Proteo, confesó que éste era sin duda el libro más importante de su carrera, y eso que Jose Garriga tiene títulos ya emblemáticos para todos nosotros. Pero recuperar todas esas pequeñas maravillas que se habían ido desperdigando en cada número del diario Sur supone regalar al lector una joya, una obra casi perfecta del relato corto. Porque hay tantas excelentes y magníficas historias en este libro que, sinceramente, me cuesta distinguir las buenas de las mejores.
Olga Martínez, que dirige la editorial Candaya, se mostró exultante presentando el libro de Jose Garriga. No cabía de gozo, sabedora de que tiene entre manos un libro delicioso y maravilloso. Yo lo leo a cuentagotas, saltando de un relato a otro, deleitándome con la narrativa depurada y maestra de Garriga Vela. No me ciega nuestra amistad cuando hablo de esta manera tan entusiasta de su libro, me engañaría a mí mismo y a quienes leen este blog. No. Lo cierto es que se aprende mucho leyendo a Jose Garriga y se agradece que nos permita ensoñarnos con sus historias.
«…Ella me miraba y viajaba con mis palabras. Me decía que le gustaba oírme viajar. Y yo le respondía que cuando fuera viejo tendría la casa llena de viajes…» (del artículo «Granada», recopilado en Cruce de vías).
Estos artículos recogidos en Cruce de vías, estos relatos endulzados por las cálidas palabras de Garriga, se dividen en «estaciones»: Estación de Francia, Estación María Zambrano, Tren de cercanías, Estación Términi, Orient Express, Estación Chhatrapati Shivaji, Union Station y Tren de las nubes. Porque Jose Garriga nos hace viajar con él y nos lleva a los lugares que más han marcado su vida. Es lo que escribía cada semana, su itinerario vital, su día a día que, a veces, transcurría en otro lugar. Me ocurre también que, cuando nos vemos, Jose Garriga me obliga a viajar con él. A veces al pasado y otras al futuro más inmediato. Mientras me hablaba de su sufrimiento a la hora de ir desechando artículos para este libro, temí que quizá, al final, tanto esfuerzo y trabajo no le satisfaciera del todo. Me equivoqué. Al final, Garriga Vela se siente feliz por el resultado del libro y nos ha hecho felices a los que le leemos al ofrecernos esta golosa colección de cuentos que seguiré releyendo para mi propio deleite.
No perdáis la ocasión de disfrutar con su lectura. Cruce de vías, de José Antonio Garriga Vela, Editorial Candaya.
«…Era un escritor que amaba tanto el silencio que cuando escribía dejaba las líneas en blanco. Páginas y páginas sin nada escrito que obligaba al lector a reflexionar en torno al vacío que tenía delante. Pero lo más curioso consistía en que los lectores pasaban horas mirando las páginas y leyendo dentro de su cabeza las historias. El escritor del silencio obtuvo enseguida éxito y la gente esperaba con gran expectación su siguiente obra, sin embargo él era un hombre lento y tardaba tiempo en acabar los libros. Pero cuando salían al mercado se agotaban inmediatamente porque conseguía conectar con el público, no por lo que decía sino por lo que callaba. No tardaron en aparecer estudios en torno a la deslumbrante obra del escritor de la imaginación en silencio. Estudios que hablaban del arte de la omisión o de la economía de palabras. Hubo quien llegó a publicar que aquel hombre nos estaba enseñando a pensar.
Nadie conocía al autor. Ningún periodista lo había conseguido nunca entrevistar. Era un escritor invisible que hablaba del silencio sin decir nada. Fue premiado en varias ocasiones, pero no iba nadie a recoger el galardón. Los asistentes se quedaban siempre esperando a que apareciera aquel genio que les había deslumbrado enseñándoles a interpretar el silencio que nos rodea. Alguno de sus libros tenía título e incluso dedicatoria. Unos eran más gruesos que otros, pero todas las páginas estaban en blanco, con la excepción del número de cada página en la parte inferior…» (de «El escritor del silencio», recopilado en Cruce de vías)