Última noticia de Afganistán: los talibanes prohiben el sonido de la voz de las mujeres en los espacios públicos. Es decir, no se las volverá a oír en la calle, en la plaza del pueblo, en el mercado, tampoco en el zoco, ni en el mercadillo o en el puesto de dulces, tampoco en la acera, ni siquiera en la acera de enfrente, no pueden emitir sonido alguno en la farmacia, ni junto a la fuente cuando llenen el cántaro hombro con hombro con alguna amiga con la que coincidan, ni siquiera podrán quejarse en el hospital mientras muere su padre o su hijo…
En 2021 las abandonamos a su suerte.
Bajo el burka, ahora también el silencio de ultratumba. Como si las afganas fuesen fantasmas que vagasen sin destino. No tienen derecho a estudiar, no pueden tocar música, ni oírla. No pueden mirar a otro hombre, ni siquiera desde el anonimato del burka que las cubre. No pueden fantasear.
Imagino a una de esas mujeres deseando que le corten la lengua. ¿Para qué la va a necesitar? ¿Sólo para quejarse de los golpes que su marido le dará en el interior del hogar por haber osado estornudar? Porque al estornudar, frente al puesto de verduras, todos han escuchado con nitidez el sonido que ha emitido. Alguien le ha increpado a su marido que tenga más cuidado con esa hereje. Él la ha mirado con rencor (aunque nadie más puede saber cómo es ella bajo el burka) y ha pensado que esa puta lo ha avergonzado. Por eso ahora la castiga con varios latigazos. La última vez que te atreves a emitir un sonido delante de la gente, le grita al oído. No rechista. Se traga las lágrimas. ¿Por qué he nacido mujer?, se pregunta con amargura. Y el terror la paraliza. Por un segundo, cree que sus pensamientos se han podido oír. Que su marido ha escuchado su lamento. En seguida, se da cuenta de que enloquece.
No se oirán las voces de las mujeres en las calles de Afganistán. El mercado será sólo un lugar para hombres. Ellas los acompañarán para cargar con las talegas llenas de patatas, huevos y tortas de pan. Nada más que para eso. Si no parieran, serían prescindibles.
En 2021 las traicionamos.
Ningún niño volverá a escuchar a su madre en público. El aire se viciará con el eco de los sonidos graves y autoritarios de esos hombres fanatizados, a los que acompañarán los disparos al aire de sus Kalashnikov. Es lo único que saben hacer. Disparar y violar, y luego rezar. Muy hombres, muy machotes, muy piadosos y religiosos ellos. Fieras que desconocen la palabra piedad, que nunca han sabido qué es amar a una mujer. Animales salvajes disfrazados de profetas baratos.
¿Cómo será vivir bajo un burka en permanente silencio? No recibir un rayo de sol en la piel, no sentir la caricia de quien te ama (si es que existe), no notar la brisa de la tarde, no mojarse con las gotas de lluvia, no poder pronuciar el propio nombre, no tener derecho a pedir un vaso de agua cuando tenga sed, ni siquiera a levantarse el burka para mojar sus labios de un surtidor… No, mejor no mostrar los labios, más pecaminosos aún que su cabello o que sus ojos o que su nariz o que sus pómulos o que su voz…
¡Me llamo Ghazal!, se oye gritar a una joven en una callejuela de Mazar-i-Sharif desafiando la prohibición. ¡Me llamo Ghazal! Los guardianes de la moral corren por el barrio en busca de esa voz que se oye en eco. Pero nadie sabe de dónde surge. Y los guardianes, enloquecidos, van de un lado a otro seguros de que esa voz armoniosa y cantarina puede envenenar a la población. Hay que dar con Ghazal y darle un escarmiento. Matarla incluso por su rebeldía. Esa perra que se atreve a hacerse oír en público…
En 2021 sabíamos lo que les aguardaba a todas ellas. Pero las arrojamos a los chacales.
Afganistán acaba de prohibir que las mujeres puedan emitir sonido alguno en público. Queda erradicado por ley escuchar de nuevo sus risas, sus anhelos, sus deseos, sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus sueños. Sólo quedará el recuerdo de sus voces bajo este manto putrefacto que cubre al país. Ahora lo que cuenta es la voz del talibán. La voz del odio. Pobre Ghazal.
Muy bonito,, se lee muy rápido
Gracias, Juan Carlos. Abrazos