Nuestra memoria, siempre cercenada, siempre manipulada, como si fuésemos un país atascado en la infancia o en la incipiente pubertad, un país al que ha de domesticarse o, al menos, guiar para que no descarrile. Eso es lo que siento que somos al leer Maquis, la novela de Alfons Cervera. Y también siento algo de vergüenza. Porque he tardado veinticinco años en descubrir esta magnífica obra, a este excelente narrador, al que admiran en Europa; y porque con su libro saca los colores a nuestra falsa “modélica” transición, que nos ocultó demasiadas cosas y que disfrazó otras muchas. Leyendo Maquis te das cuenta de qué país podríamos haber creado si se le hubiera echado más arrojo al inicio de nuestra democracia, si se hubiera reconocido esa otra historia que se nos ha ido silenciando o dejado de lado para no molestar demasiado.
Esta historia de maquis y de mujeres solas y de miedo, de mucho miedo, retrata a la España de la posguerra mejor que cualquier manual al uso.
“…Era un domingo de otoño a lo mejor porque en la memoria de Sebastián Fombuena, cuando han pasado tantos años desde entonces, sólo hay el silencio de un tiempo dormido desde el amanecer hasta la noche y la paliza que le pegaron en el cuartel porque le habían encontrado trabajando en la huerta una fiesta de guardar. A su hijo le dejaron a la puerta, asustado, mirando a otros niños que se burlaban de un perro sarnoso tendido sobre un charco, y a él le metieron en el puesto de guardia y le golpearon con una cuerda en la espalda y en las piernas. Cuando se estaba poniendo la camisa y los pantalones, el guarda Teodoro Puertas Zunzunegui le preguntó si sabía dónde andaban los de Ojos Azules y Sebastián le contestó que no sabía quién era Ojos Azules ni nadie, que él sólo sabía trabajar sus huertas y cazar jabalíes por las trochas del Campillo. El guardia Zunzunegui le cogió la cara y se la levantó por la barbilla y le dijo que como lo volviera a pillar trabajando un domingo o fiesta de guardar lo iba a partir en dos pedazos.
-Y tampoco sabrás quién es Dios y que los domingos se trabaja sólo en la iglesia o en ningún sitio.
-A mí Dios no me conoce, o sea que estamos empatados, ¿no le parece?
y fue entonces cuando el guardia Zunzunegui le señaló el estómago con el machete y lo amenazó con que le quedaba una semana de vida como siguiera con su tozudería y que él mismo le clavaría la hoja mellada hasta el mango
-Te voy a dejar inútil, Sebastián Fombuena, y Franco me dará una medalla por mi hazaña
El hombre se acabó de poner la ropa y miró despacio al guardia civil, de arriba abajo, y luego a los retratos de Franco y José Antonio que colgaban en la pared del puesto de guardia, a los lados del crucifijo de madera oscura
-Con Franco también estoy empatado, señor Zunzunegui, no nos conocemos de nada
y entonces le hizo sangre con el cuchillo en un brazo y le soltó un revés que le puso la nariz a sangrar una sangre negra como las babas que los caracoles dejaban en las plantas de espinacas…”
Y es que se ha ido tapando una parte de nuestra historia con capas de olvido y de desinterés y de desmemoria y de blanqueo de la dictadura. Pero Alfons Cervera me hace volver a pensar y a escarbar en la memoria de mi familia y de mis allegados y de nuestro pasado y me avergüenzo de no haber sabido defender lo que debiera haber defendido con más pasión. Maquis es una novela de héroes que son perdedores desde primera hora, pero es, ante todo, un hermoso y emocionante homenaje a aquellas mujeres que sufrieron en la posguerra el maltrato, el aislamiento social, el desprecio de sus vecinos por ser familiares de quienes lucharon por una libertad que se fue apagando poco a poco y que se convirtió en silencio y en miedo y en venganza. Alfons Cervera lo cuenta con maestría.
“…Ahora ya nada tiene remedio y sólo nos queda disparar contra los guardias de enfrente y contra las embestidas del olvido. La guerra se acaba, se acabó ya hace mucho tiempo y a esta guerra seguirá otra y a lo mejor otra y Sebas, allá donde se encuentre, seguirá preguntándose si son necesarias las guerras y si de verdad son unas y otras tan distintas. En la memoria de la gente sólo quedan las guerras ganadas por los vencedores, las otras se olvidan porque las victorias oscurecen la indignidad de la derrota y al final siempre habrá una suplantación de la verdad escrita por los cronistas del olvido. No quedaremos nadie en esa historia y donde quiera que consigamos llegar, sea a la muerte o a cualquier otro sitio, llevaremos con nosotros la amarga consternación de la desdicha. Porque si alguna vez creíamos salvar la tierra de tanta vergüenza como la que nos trajeron los fascistas habrá de llegar un día en que la libertad se confunda con el sentido ético de la convivencia pacífica y se cubrirán de olvido los esqueletos de los muertos…”
Una narrativa férrea y de pulso firme, y una historia emocionante y emotiva, pero triste y desalentadora.
Maquis, de Alfons Cervera, se ha reeditado en su 25 aniversario, por Piel de Zapa.